Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería
No hay en la historia de estos treinta y dos años de democracia municipal una toma de posesión de los nuevos alcaldes que se haya visto tan ensombrecida por los nubarrones que anticipan los días grises de la crisis como la de ayer.
El ilusionado equipaje emocional de quienes llegan y la serena inquietud de quienes continúan, se ve perturbado por el detenido destello del relámpago de la crisis (nadie sabe hasta dónde va a llegar y cuánto va a durar) y que, al cabo, no es más que el guión ya escrito que precede al trueno que provocarán las medidas que habrán de tomar cuando, a partir de esta horas primeras, la emoción abundante de los afectos deje paso a la gestión escasa de los fondos con que contarán para mejorar la realidad encontrada.
La incidencia de la política en la vida de los ciudadanos es tan erróneamente percibida que la gestión municipal está situada en el penúltimo peldaño de su escala valorativa. Sólo las diputaciones ocupan un lugar posterior. La concepción centralista que durante siglos dibujó la gestión pública en España redujo los ayuntamientos a instituciones sólo dedicadas a la administración de aquellos asuntos que, por su carácter doméstico, el Estado delegaba y, en muchos casos, a la caridad cívica de dar consuelo al vecino que no tenía más que hambre.
Pero los alcaldes elegidos ayer por los concejales que elegimos el 22 de mayo los ciudadanos van a ser los que, con sus aciertos y errores, marcarán en gran medida la calidad de vida, la verdadera calidad de vida, de los ciudadanos: desde que se levantan y en el cuarto de aseo abren el grifo y sale agua (en algunos municipios no siempre es así y, cuando lo es, es de mala calidad), hasta que se acuestan y, en su búsqueda del descanso, no encuentran la perturbación del ruido.
Durante las largas horas que van entre el despertar y el sueño, en ese reloj diario tan habitual en el que nadie repara, el ciudadano ha vivido si las calles están limpias, si el tráfico les hace llegar impuntuales a una cita, si el sol del mediodía se vio tamizado por la frescura de un árbol, si sus hijos han podido ir esa tarde a jugar a un parque cercano, si esa noche ha tenido la posibilidad de ir a un concierto, si el pago de las tasas e impuestos les permite cuadrar sus cuentas, si las horas de la mañana no se le han ido en una gestión burocrática, si la licencia para arreglar la terraza llegó a tiempo para disfrutar de las noches de verano, si no se ha desesperado en la búsqueda de un aparcamiento imposible, si para descargar adrenalina y cargar optimismo ha encontrado un lugar donde hacer deporte; ah, y si hay lugares en los que mostrar a quienes le visitan el pasado, el presente y el futuro de aquellos barrios del pasado en los que el presente continúa corriendo a raudales por sus calles. ¿Quién dijo entonces -y ahora, después de este recorrido apresurado pero real- que la gestión municipal no es importante?
Los más de cien alcaldes que van a diseñar desde hoy el futuro de Almería cuentan con el respaldo de las urnas, sienten el afecto de quienes les votaron y viven la certeza de la incertidumbre sobre cuál será el primer problema que encontrarán mañana. Es un equipaje compartido por quienes llegan y por quienes no se han ido.
Lo que ni a unos ni a otros debe faltarle en esa mochila imaginaria con la que entrarán -más temprano los nuevos, más tarde los reelegidos- en sus despachos, es el reconocimiento y la confianza de todos. Un reconocimiento y una confianza que debe ser bidireccional: de los ciudadanos hacia sus alcaldes porque, les hayan votado o no, son ellos los que gobernarán el reloj compartido de cada día; de los alcaldes a los ciudadanos porque -les hayan votado o no- están obligados a gobernar para todos.
Treinta años de gobiernos democráticos han modernizado más a Almería que siglos de autoritarismo. Una modernización que hubiera resultado imposible sin el trabajo de miles de alcaldes y concejales que, en un gesto de amor a su pueblo -y al azul de su infancia y al ocre de aquellas calles de la adolescencia en el que fueron felices-, dedicaron y dedican su esfuerzo a mejorar la vida de sus vecinos. Es cierto que también ha habido (y hay; y habrá) quienes hayan cometido actuaciones condenables. La condición humana abarca desde lo más bello a lo más abyecto. Pero estas actitudes, tan censuradas por los ciudadanos, tan condenables por los tribunales, son la excepción, no la regla.
Felicidades a quienes ayer tomaron posesión de sus cargos y feliz travesía. Que dentro de cuatro años el puerto de llegada sea mejor que el de partida. Así ha sido en Almería desde 1979 y tras cada una de las ocho elecciones municipales celebradas desde entonces. Que la novena continúe en esa línea a pesar de que el fortísimo viento de la crisis venga de proa. Que los cien capitanes que desde ayer dirigen los municipios de la provincia no equivoquen el rumbo.
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