Alcalde en funciones de Almería
Somos muchos los almerienses que, desde hace muchos años y desde posiciones no siempre vinculadas a la política, hemos denunciado el maltrato y la discriminación que la Junta de Andalucía ha mantenido sobre Almería, a pesar de que la nuestra ha sido una provincia que ha contribuido leal y generosamente con el conjunto de Andalucía. Durante años hemos sostenido ese incómodo discurso, pues no resulta fácil denunciar que tu propio gobierno autonómico suponga un factor de limitación a las aspiraciones y proyectos de tu provincia. De hecho, cada vez que argumentábamos los innecesarios e injustos retrasos de obras como la A-92, las maniobras de obstrucción a proyectos como el Corte Inglés, el desprecio que suponía utilizar materiales impropios para restaurar la Alcazaba, la burla de entregarnos un secarral disfrazado de parque o el permanente sarcasmo de ver anunciado un año tras otro la inminente recuperación del Cable Inglés, los socialistas de Almería hacían causa común con sus jefes de Sevilla y nos acusaban de confrontar, de mantener una actitud crispadora y de no querer reconocer las grandes actuaciones y el cariño de la Junta de Andalucía por Almería y los almerienses.
Pues bien, por sorprendente que parezca, la argumentación empleada por el ya ex secretario provincial del PSOE, Diego Asensio, a la hora de explicar su fulminante dimisión, no fue otra que el “talante autoritario” del presidente de la Junta, José Antonio Griñán, que le había llevado “a anteponer sus propios intereses partidistas a los intereses de la provincia de Almería”, acusándole además de haber cometido “continuas agresiones” sobre nuestra provincia. Ver para creer. Como ven, el último servicio que ha prestado Diego Asensio al PSOE almeriense es dar validez y autentificar hasta sus últimas consecuencias el discurso reivindicativo del Partido Popular de Andalucía cuando ha denunciado el maltrato voluntario que el PSOE ha efectuado contra Almería y los almerienses.
Llevábamos razón, por tanto, cuando denunciábamos que la Junta de Andalucía actuaba con Almería como la Junta del PSOE de Sevilla y que las reiteradas muestras de desprecio y ninguneo contra Almería obedecían a estrategias internas derivadas de la lucha por el poder. Con independencia de las consecuencias políticas que se deriven en el PSOE almeriense tras este desmorone sin paliativos que supone este proceso interno de descomposición, lo que resulta evidente de esta anunciada crónica de dimisiones e insidias es que el Partido Socialista no puede seguir siendo el armazón que sustente un gobierno eficaz, justo y progresista para el conjunto de ciudadanos andaluces. El PSOE andaluz es, en estos momentos, un enfermo que necesita acudir con urgencia al psiquiatra para acallar sus fantasmas internos. Es, ya no hay duda, el último síntoma del fin de un ciclo que para Almería no ha supuesto más que una monumental y antidemocrática injusticia. Finalmente, me pregunto hasta qué punto es presentable que un presidente que es acusado por sus propios compañeros de maltratar conscientemente a una provincia está legitimado para seguir al frente de ese gobierno.
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