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Los espacios de la prensa escrita, al contrario que la digital, son limitados. Mi artículo de mañana en La Voz de Almería es una condensación del publicado aquí mismo sobre el nuevo libro de Miguel Ángel Blanco.
Miguel Ángel Blanco Martín, Mab, es un periodista multidisciplinar. No podía ser de otra manera quien, en el 73, con 27 años, se plantó en Almería para resucitar la delegación de Ideal. Aquí, el periodismo que se hacía era doméstico, oficial. Del joven madrileño, rescatado de Patria por La Editorial Católica , nadie esperaba gran cosa. Y se equivocaron. Rebautizó la rancia delegación como Redacción Abierta y las pajizas hojas del diario fueron el resquicio por donde manaban las inquietudes de muchos almerienses.
Tuve la suerte de colaborar con él. Siempre alentaba hacia la inquietud, la denuncia. En Granada, el filtro era de poros espesos, pero tal era el caudal de atrevimiento que salía de Almería que resultaba imposible no hallar en cada edición una nota de rebeldía. Se preguntaban las fuerzas vivas de la época que cómo Melchor, el director, soportaba tal desafío. He tenido la convicción de que, en sus entrañas, Sáiz-Pardo admiraba la rebeldía de quien se atrevía a hacer el periodismo que él no podía. Era una relación de amor-odio.
De los registros del Mab periodista/articulista/escritor, cuatro destacan: cuando se sumerge en el mundo del cine (es un crítico excepcional), cuando analiza aspectos sociopolíticos del entorno, cuando muestra su vena contestataria (es un joven indignado) y cuando toma la pócima ecologista, ésta personificada en el Cabo, su Cabo. En Crónica espiritual del desencanto (IEA, 2011), Mab campa por el tercero de sus registros para retornar a un pasado que parece presente. “Al final la realidad no es como deseábamos”, se queja. La realidad que Mab desea es una realidad imposible, digámoslo con resignación. Él, cada día, intenta cambiarla. Porque en el fondo es un idealista. Un bendito -o maldito- idealista.
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