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Miguel Ángel Blanco Martín, Mab, (Madrid, 1946) es un periodista multidisciplinar. O un periodista todoterreno, dicho sea en el sentido tradicional de la expresión (con las nuevas tecnologías estos términos suelen asociarse ahora con la multimedia). No podía ser de otra forma quien, con 27 años, se planta en Almería para hacer resucitar la delegación de Ideal, regentada hasta entonces por aficionados. En Almería, en aquella época, se hacía periodismo doméstico, de nota oficial. Era el año 73. El joven madrileño fue rescatado de Patria, donde llevaba año y pico, por La Editorial Católica , propietaria del periódico. Era tan modoso en las formas y transparente en la mirada que nadie podía aventurar soplo alguno de innovación. Todo el mundo se equivocó. Rebautizó la rancia delegación como Redacción Abierta –siempre el margen de las directrices oficiales de la empresa- y las pajizas hojas del periódico fueron poco a poco convirtiéndose en el único resquicio por donde se colaban las inquietudes que empezaban a amanecer en la provincia.
Yo tuve la suerte de colaborar con él. Incluso bautizó una de mis secciones, Mirando con lupa, en donde pretendía aflorar mi espíritu crítico. Su ánimo estaba en un impulso hacia la inquietud, hacia la denuncia. Siempre me pedía más de lo que podía darle, pero no por nada, sino porque el día que me deslizaba, ese día, los granadinos echaban mi articulillo a la papelera. Tonterías las justas, me decían. Y cobraba por colaboración publicada, mira por dónde.
Allí, en Granada, una vez que recibían por el Alsina el sobre de Almería, aplicaban un filtro de poros espesos. Pero era tal el caudal de atrevimientos que se enviaban que resultaba imposible no encontrar en nuestras páginas al menos una nota de rebeldía. Todo el mundo se preguntaba cómo Melchor, el director, soportaba los desafíos de aquel joven periodista. He tenido, y tengo, la convicción de que, en sus entrañas, Sáiz-Pardo admiraba la rebeldía de quien se atrevía a hacer el periodismo que él no podía. Era una relación de amor-odio. Algún día habrá que escribir sobre lo que supuso para Mab la incorporación a la Redacción Abierta de Manolo Gómez Cardeña. Un efecto inmediato fue el alivio de presiones. Mab concentraba, hasta entonces, todas las iras. Gómez Cardeña le descargó de parte de las mismas, pues si atrevido era uno, osado era el otro. Los odios compartidos eran más llevaderos.
De los múltiples registros del Mab periodista/articulista/escritor, hay cuatro donde, en mi opinión, se encuentra más cómodo:
Uno es cuando se adentra en el mundo del cine. Como crítico cinematográfico es excelente. Una película se ve de manera muy distinta si previamente se han leído sus cmentarios. Otro, cuando analiza aspectos sociopolíticos del entorno. Recuerdo que en su primer viaje de Granada a Almería para hacerse cargo del periódico hizo el trayecto por Macael para, en un par de capítulos, presentarnos una visión distinta de la industria del mármol. El tercer registro es cuando saca a relucir su vena inconformista y contestataria. Siempre Mab será un joven indignado que, él sí, reacciona. Y el último es cuando toma la pócima ecologista, ésta personificada ahora y siempre en el Cabo de Gata, su Cabo.
En Crónica espiritual del desencanto / Almería 1988, lo que queda de la Transición (Instituto de Estudios Almerienses, 2011) Mab campa en el tercero de los registros. Nos presenta una serie de diez artículos publicados en agosto y septiembre de 1988 que son “un recorrido que disecciona el mundo político, la cultura, la vida cotidiana, la historia, la sociedad, la realidad, fruto de la reflexión del periodista sobre la realidad almeriense”. El primero, escrito el 30 de agosto, tras las vacaciones, es una invitación “a la gran feria de las vanidades en la que estamos embarcados”. Un día después, se adentraría en el mundo del periodismo presentándonos un panorama que parecía un anticipo de lo que 23 años después nos íbamos a encontrar: “Uno de los grandes temas es clarificar en qué consiste exactamente una empresa periodística, sus fines, sus medios, sus objetivos y, en medio de todo ello, qué papel ocupa ante el mensaje la condición de periodista”. Continúa con una visión distinta del sacrificio de Los Coloraos, la sensibilidad de una cabogatera en medio de la sensibilidad infantil, la rutinaria vida de la ciudad –repartida entre el escenario del Paseo y el de la Plaza Vieja- y el pesimismo por la indecisión ante el medio ambiente. El octavo capítulo rescata el olvidado poeta de Antas Antonio Jesús Soler Cano y su compañero de palabra Julio Alfredo Egea. Después se sumerge en el campo de la imaginación combinando hechos ficticios con protagonistas reales para, finalmente, hacer balance recopilatorio. El epílogo, “Sistema corrompido”, escrito en octubre de 2008, parte del caso de los asesores de la diputación para pronunciarse una vez más en el desencanto: “El sistema ha sido minado desde dentro y el político se convierte en un profesional cuando no en un mercenario”.
Es, ya digo, el Mab de siempre en su versión más rebelde. “Al final”, se queja, “la realidad no es como deseábamos”. La realidad que Miguel Ángel Blanco desea es una realidad imposible, desgraciadamente. Él, cada día, ha intentado cambiarla. Y cada día la va a intentar cambiar. Porque, en el fondo, es un idealista. Un bendito -o maldito- idealista.
Enhorabuena señor Blanco por sus artículos tan clarificadores.
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