Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería
Días antes del congreso que le iba a elegir secretario provincial, José Luis Sánchez Teruel tuvo la cortesía de invitarme a cenar. Fueron casi tres horas de conversación en las que el dirigente socialista con más respaldo -le apoyan los guerristas, los renovadores, los griñanistas- y, quizá, con menos calendario para ejercerlo -las elecciones llaman a la puerta y su llegada no augura el cielo despejado de las décadas de Batlles, Nono o Soler-, fue desgranando con sinceridad su opinión sobre las causas que han provocado la debilidad del PSOE en la provincia, y sus criterios sobre las líneas de trabajo que habría que modificar para frenar una caída que se antoja difícil de parar.
Fue curioso (o no tanto: uno y otro se parecen más de lo que tal vez ahora quisieran), pero la conversación me recordó, en la forma y en el fondo, la que mantuve con Martín Soler en 1998 y también unos días antes de ser elegido secretario provincial tras el mandato de Amate. La primera coincidencia surge porque los dos encuentros fueron propiciados por amigos compartidos. En aquel julio del 98 mi contacto con Soler no iba más allá del interés periodístico de su actividad como delegado de Medio Ambiente y en este julio de 2011 mi conocimiento de Sánchez Teruel llegaba poco más allá de su nombre y la difusión que de él hacían quienes le habían elegido como candidato a la secretaria provincial. Unos y otro íbamos, por tanto, ligeros de equipajes afectivos y con la tentación, que siempre conllevan estos encuentros iniciales, de no mentir demasiado, pero, en caso de hacerlo, que fuese con mucha sinceridad. Pasados los años y pasados los días tengo que reconocer que en los dos encuentros nadie cayó en la tentación.
Soler hizo lo que aquella noche en el Catamarán del Club de Mar anunció. Teruel está cumpliendo la ruta marcada en el mantel de La Quesería. He buscado en los archivos de la memoria y en los más fiables de las hemerotecas y he encontrado el mismo fondo de armario argumental público en los dos casos.
Pero es que he seguido buscando y en la puerta de Amate, el secretario general que les antecedió a los dos, he encontrado el mismo equipaje dialéctico. Renovación, escuchar a las bases, movilizar a los militantes, atender las demandas de los ciudadanos, más democracia interna… En ese viaje a los últimos veinte años del PSOE las palabras eran las mismas, lo único que cambiaba eran quienes las pronunciaban.
La decadencia del PSOE en Almería no es una circunstancia sobrevenida de forma rápida e inesperada. Es un proceso iniciado hace ahora 20 años y que tuvo su prólogo en la pérdida en 1991 de las alcaldías de El Ejido y Roquetas; que continuó en 1995 con la derrota de Azorín en Diputación y Fernando Martínez en la capital; y que se consolidó con las excepciones de Cabrejas en el 99, las autonómicas y generales de 2004 tras el 11 M y el mandato de Usero en Diputación en 2007 por la división del PP.
Desde hace veinte años hasta ahora los socialistas han visto como su hegemonía abrumadora de cuando el primer Felipe se diluía en cada ciclo electoral. Normal. La lógica siempre se cumple y la alternancia es la regla en democracia, no su excepción. Por tanto, defender hasta convertir en acusación casi delictiva que los dirigentes de un partido no mantengan los resultados es tan delirante como suponer que los electores no pueden modificar sus opciones electorales en función de sus legítimos intereses personales.
El trazo grueso de la artillería partidista obligaba a los renovadores de Soler a considerar al guerrista Amate responsable de la pérdida de los tres ayuntamientos más importantes de la provincia y del poder en la Diputación en el 95; curiosamente ese mismo trazo grueso es el que ahora dibujan los renovadores de aquella renovación para culpar a Soler (Asensio nunca contó para ellos) del estrépito electoral del 22 M. Y es el mismo que también será utilizado contra Teruel si los idus de marzo confirman la pérdida del poder en la Junta. Es el riesgo y el error de los debates nominalistas: enmascaran la realidad hasta confundir los deseos con la verdad. Amate, Soler y Teruel (si, como prevén las encuestas, todas, pierde las próximas generales y autonómicas) fueron y serán responsables, pero no los únicos. Defender lo contrario forma parte de la verdad, pero no es toda la verdad ni, mucho menos, lo parte más importante de la verdad.
El PSOE ha visto alejarse lenta e inexorablemente su hegemonía no por los errores, o no sólo por los errores, que los ha habido y graves, de quienes lo han dirigido desde Almería, desde Sevilla y desde Madrid (¿O es que el fracaso de Sevilla, teniendo la alcaldía y todo el apoyo de la Junta, es de menor cuantía que los de Almería?), sino porque sus decisiones políticas y la gestión que las acompañaba han ido perdiendo sintonía con las aspiraciones, los ritmos y los criterios de un electorado que contempla, con la naturalidad de la normalidad, la alternancia. Si Almería ha cambiado y cómo en los últimos años, ¿cómo y por qué no iban a hacerlo sus preferencias electorales?
Las estructuras sociales están sometidas a un proceso tan acelerado de cambio y son tantas las variables que inciden en las tendencias electorales- crisis, economía, demografía, sociología geográfica, estructura productiva…en fin, estas variables y otras muchas-, que hay que no querer ver para ignorar que no es en el nominalismo donde radica la causa o está la solución del declive de una opción política u otra. La causa, no única pero sí muy importante, de ese declive está en esa pérdida de identificación entre quienes gobiernan y quienes son gobernados.
Teruel tuvo el sábado su domingo de Ramos. Ahora ya vive su semana de pasión y será en la noche del 4 de marzo, día fijado por Griñán para las elecciones autonómicas, cuando llegue su jueves santo particular. Que no olvide que, si vienen mal dadas, los mismos que lo recibieron con palmas y votos en el auditorio de la Universidad, serán los primeros en pedir su crucifixión a la puerta de su despacho en Pablo Iglesias un minuto después, sólo un minuto después, de que su capacidad para decidir quién ocupa qué cargos haya dejado de existir.
Nadie mejor que él lo sabe. Y sabe que tiene que actuar en consecuencia. Cómo lo hará pertenece al espacio vedado de la confidencia.
(La Voz de Almería)
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