Rebeca Gómez Gázquez
Economista
Hace dos semanas pudimos ver circular por Internet el cartel electoral de Pérez Rubalcaba. Blanco sobre rojo, podía leerse la fecha convocada del 20-N. Con la amenaza crecida entre sus propias filas, toda España tuvo conocimiento de este otro secreto de Rubalcaba que, sin arrugar la tez, seguía negando la mayor sin bajar la mirada. El solícito adelanto electoral ha golpeado cada día las puertas del Gobierno. Las familias sin recursos para sobrevivir con dignidad, sin posibilidad de ajuste para hacer frente a sus necesidades elementales y perdiendo muchas de ellas sus viviendas, los niveles de destrucción de empleo en un récord histórico y sin luz hacia cualquier posibilidad, los emprendedores arruinados, las puertas de los comercios, fábricas y naves industriales cerradas y la confianza interna y externa radicalmente desgastada. Todas las miradas puestas en España, mientras la ministra de Economía departía impasible con los líderes europeos sobre el segundo rescate a Grecia y en el Congreso los diputados ociosos debatían sobre la oportunidad del uso de la corbata.
Cómo no indignarse. Puede que haya habido equívocos, pero el movimiento no solo reside en las tiendas de campaña de las plazas de toda España. Han confluido varios géneros de indignación: quienes de una manera activa y coordinada desde las redes sociales han estado en las reivindicaciones concentradas de calles y plazas y quienes desde su padecimiento se han ilusionado con una postura colectiva no organizada que apoya el cambio.
Los indignados están en cada calle, en cada reunión de amigos, en cada clase universitaria, en cada hilera de personas que esperan su turno ante las oficinas del SAE, en cada tienda, en cada puesto de atención ciudadana de los ayuntamientos, en cada grupo de Cáritas, en cada comedor social, en cada playa, en cada reunión de departamento de los colegios, los institutos y las universidades, en cada hospital, en cada cine, en cada vecindario, en cada recital de poesía, en cada banco.
Ayer conocíamos, por fin, la decisión del gobierno de Rubalcaba y Zapatero. Habrá elecciones generales anticipadas. Da igual qué día. Con mejor o peor estilo, ayer se abría una puerta. Esta vez a la esperanza, a la ilusión, al cambio, a la expectativa de que algo ocurra, de que se reconduzca la errática senda por la que el gobierno socialista nos ha hecho discurrir y poder salir del abismo y la incertidumbre. Una puerta abierta a creer en nuestras capacidades y en nuestro potencial, a sentirnos orgullosos de nuestro país, a crecer.
Mientras, la consejera Mar Moreno aseguraba que no habría un adelanto de las elecciones autonómicas en Andalucía. Sería bastante cuestionable que España pueda o no permitirse un año completo dedicado al marketing electoral, y la administración autonómica seguir paralizada por la maquinaria de dos procesos electorales más. Griñán podría plantearse hacer coincidir, una vez más, ambos comicios, y disolver el Parlamento a la vuelta de agosto, un mes difícil para la economía andaluza tras el que muchas empresas no volverán a abrir sus puertas. Sucumbiría a la censura por la irresponsabilidad de no hacerlo.
Es cierto que Andalucía merece un debate único y que la opinión en el seno del PSOE-A enfoca el desgaste de la política errática y bipolar de Rubalcaba y Zapatero, pero quienes quieren seguir asidos de una u otra forma a la política autonómica en Andalucía saben que otorgar un solo minuto al debate sobre su gestión les arrojaría sin ningún género de duda al peor resultado electoral conocido por el PSOE en toda España.
Aunque la simultaneidad de la noticia nacional y andaluza habría restado miradas y críticas, también es cierto que Griñán podría buscar acomodar en el próximo Parlamento andaluz a quienes queden fuera del estatal. Eliminar a los parlamentarios alcaldes de su partido –y de paso a los de los demás partidos- dejaría hueco a todos los ‘sobrantes’ del resto de España que hayan quedado sin credencial en las elecciones generales.
Rubalcaba y Griñán podrían haber llegado a un acuerdo para que Griñán convoque en marzo y no en noviembre, y a modo de ‘coche escoba’ recoger a todos los que alimentaran al partido en la oposición. Se trataría así de preservar a los compañeros más leales y a los que mejor conocen los secretos intramuros del PSOE. Quería Griñán una renovación joven del PSOE andaluz, pero quizás no tenga más remedio que convertir el partido en Andalucía en un reducto de elefantes. Al tiempo.
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