La deriva de los acontecimientos de las últimas décadas pone de manifiesto la necesidad de un giro radical en los modelos políticos y económicos de las llamadas democracias occidentales, y en aquellos países que en otro tiempo eran llamados “en vías de desarrollo”.
Es necesario un giro de ciento ochenta grados en el modelo de desarrollo económico. Los movimientos especulativos y la concentración de capitales, pero fundamentalmente el aumento de la población mundial y de la demanda de recursos naturales tales como minerales, alimentos, madera y otros, nos arrojan a la cara la realidad de un planeta finito, poseedor de unos recursos limitados cuya producción, en el mejor de los casos, aumenta a un ritmo inferior al de la demanda, cuando no resulta que aquella disminuye y la obtención de los mismos se hace más costosa.
Pero no sólo es una cuestión matemática. Hasta ahora el modelo económico imperante se basa en el consumo como motor de la economía. En este modelo se hace precisa una circulación de capital, y esa circulación sólo se concibe en el acto de consumir constantemente más, nuevos, y mejores productos, sin que dicho consumo obedezca a necesidad, sino más bien al impulso irracional de consumir al que se induce desde los propios oferentes de productos. El consumo, la circulación de capital, y en última instancia, el beneficio empresarial, se convierten en el objetivo y fin del modelo económico, relegando la figura del ser humano, su dignidad y bienestar, a un papel meramente retórico.
Se hace necesaria la recuperación de la persona como sujeto económico, frente al consumidor, al contribuyente, al trabajador, al cliente, al destinatario de productos, al meramente espectador, al ganado en que nos convierten. Se hace necesario el paso de la consideración de la persona como sujeto pasivo receptor de bienes y servicios, y de la cual se obtiene capital, a la persona como fin de la actividad económica, no como medio para la consecución de un beneficio empresarial, para la obtención de más dinero. Tal vez porque antetodo, somos personas, no máquinas de generar beneficio.
Pero es igualmente imprescindible un giro en las relaciones políticas humanas. La democracia, a la que algunos llaman el menos malo de los sistemas de gobierno, está demostrando no ser más que una palabra vacía de contenido, cuya defensa y bandera es usada por potencias mundiales para justificar invasiones y atropellos de derechos en otros países. La esencia del sistema democrático, “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, se ha diluido en la madeja de intereses de los grupos de presión, grandes empresas, y partidos políticos tradicionales. Estos últimos, perdiendo el norte, han olvidado tanto el motivo de su propia existencia, el de articular las distintas ideologías presentes en la sociedad, las distintas corrientes políticas, como la finalidad del mandato representativo, que no es otra que la representación de los intereses de sus votantes. Se ha entregado la democracia a la tecnocracia, a los dogmas de la ortodoxia neoliberal, y a los intereses particulares de grupos de presión e inversores.
Difícil tienen el viraje los partidos tradicionales, monstruos apegados al ejercicio del poder, víctimas de la burocracia y de un disimulado despotismo ilustrado, sordos y ciegos a una realidad que clama al cielo. Necesitamos de una profunda revisión del sistema político, de la recuperación, en primer lugar, de una formación ciudadana para la participación, que evite la situación de apatía posmoderna en la que se encuentra gran parte de nuestra sociedad y que ha sido deliberadamente provocada por un sistema al que no le interesa que la gente piense, sino que produzca y consuma. Necesitamos de la articulación, bien sea a través de partidos políticos democráticos en sus formas y programas, bien de un tejido asociativo que se involucre en el propio gobierno, de la articulación digo, de un sistema que atienda realmente a las necesidades y voluntades de los gobernados, con la sociedad y los individuos como protagonistas, actores, dueños de sus destinos. Tal vez porque antetodo queremos ser ciudadanos, no solo votantes.
Y resulta fundamental e imprescindible un cambio igualmente radical en la concepción de las relaciones del ser humano con su entorno. El crecimiento desmesurado tanto poblacional como de ritmo de explotación de recursos y, el incremento exponencial de la contaminación derivada de una actividad económica y de un consumo irracional, nos avocan de manera irreversible a una serie de catástrofes medioambientales, de entre las cuales la de mayor repercusión global sea el cámbio climatico, que conllevan a su vez otra serie de catástrofes económicas y sociales, amen de la desgarradora pérdida de biodiversidad de nuestro planeta. Pocos son capaces de ver la auténtica dimensión de este problema. Pocos llegan a encontrar relación entre los cambios locales en condiciones climáticas, sequías e inundaciones, o el inexorable y lento cambio en nuestros paisajes, y el cambio climático global orígen de todos esos y otros problemas. La construcción desenfrenada de nuestro litoral y el crecimiento desmedido de nuestras ciudades, la apuesta por medios de transporte individuales y altamente contaminantes, las formas de producción de energía a partir de combustibles fósiles, entre otros problemas, no hacen sino empeorar la situación y restarnos de una u otra manera calidad de vida real a cambio de un espejismo de vida basada en la felicidad a través del consumo y el desarrollo sin razón. Se impone una nueva forma de concebir nuestro desarrollo en el entorno natural al que debemos nuestro propio estilo de vida. Respetarlo y en su respeto respetarnos a nosotros mismos.
Es el momento, no hay otro posterior. No hay posibilidad de posponer este cambio de rumbo. Cada día que pasa estamos más lejos de la solución y más cerca de un futuro, o tal vez ya de un presente, de desórdenes económicos y sociales, de agrandamiento de las diferencias entre ricos y pobres, de una atmósfera contaminada y alta en niveles de CO2, de una tierra violada por la deforestación y el hormigón, de un ser humano esclavizado por sí mismo, por la mano invisible del capital. Es el momento y hay que actuar.
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