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Queridos jóvenes

Benedicto XVI

Queridos jóvenes: Con la celebración de la Eucaristía llegamos al momento culminante de esta Jornada Mundial de la Juventud. Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos (cf. Jn 15,15). Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre. Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor, deseamos corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con el propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido.

Ciertamente, son muchos en la actualidad los que se sienten atraídos por la figura de Cristo y desean conocerlo mejor. Perciben que Él es la respuesta a muchas de sus inquietudes personales. Pero, ¿quién es Él realmente? ¿Cómo es posible que alguien que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo que ver conmigo hoy? En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos.

Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad. Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe plena.

Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone. En su respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.

2 comentarios:

  1. Gracias a Benedicto XVI por haber venido de nuevo a España con su grandeza que nos llena de paz con tan solo contemplarlo, vemos que nos abre los brazos cogiéndonos a todos y dándonos tanta fe y esperanza; para continuar nuestro día a día sin obstáculos y viendo de el que a su mayoría de edad sigue tan vital o más como el primer día.

    Saludos: Montserrat

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  2. Queridos viejos: Está muy bien celebrar eucaristías; está muy bien que la juventud se junte y lo disfrute con sus hermanos de la misma religión en franca armonía; y mejor es todavía, que recen, se preocupen y luchen por su religión, que al fin y al cabo a nadie hacen daño. Pero si dicen que los años hacen a la persona más sabia y pensante, ¡que puñetas hacéis vosotros …!

    Si los viejos de sotana sois tan sabios como se supone de alguien que ha dedicado su vida al estudio, la teología, la religión en todas su formas y colores, ¿cómo es que no veis mas lejos de vuestras propias narices? ¿Cómo es que no veis que las iglesias están vacías y las sotanas y hábitos se apolillan esperando desde hace décadas un cuerpo donde usarlas? ¿O es que no queréis verlo?

    … Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado (Mt 21, 13). Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: "no hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado“. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: 'El celo por tu Casa me devorará' (Sal 69, 10)" (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los Apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo (cf. Hch 2, 46; 3, 1; 5, 20. 21; etc.).

    Pues bien, parece que los “queridos viejos” con fajín purpurado, esos mismos que -con el de la sotana blanca como la nieve- se atreven a dar consejos, ¿cómo es que no escuchan el vocerío silencioso que les reclama?, ¿cómo es que no se adaptan a los nuevos tiempos en los que mujeres y hombres son iguales ante Dios y ante el mundo?, ¿cómo es que condenan tantos asuntos que para la mayoría son justos y, en cambio, no se despegan del lujo, boato y parafernalia, más propia de emperadores que de siervos de Dios…?

    Supongo que estos purpurados nos son tontos, ¡Cómo van a ser tontos con tanta inteligencia y sabiduría! ¿Entonces…? Ni entonces, ni ahora; desde hace 1.700 años piensan que simplemente es más fácil y provechoso seguir la senda humana del lujo, placer, poder y orgullo que seguir la palabra de Dios.

    Si permiten sus reverendísimas que una humilde persona les dé un consejo: no den más ordenes y consejos a nadie; sigan el camino de la palabra de Dios en vez de la del hombre, y se encontrarán y nos encontraremos en la vereda que conduce a la verdad; a Dios.

    Mientras tanto, o cambian o se callan… Por favor, ¡cambien o callen, mis queridos viejos!

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