La absurda moda de los kit, set, pack o stock

Luis Cortés
Catedrático de Literatura

La frase a ojo de buen cubero tiene su origen, al menos para Candón y Bonnet, en la falta de reglamentación que antiguamente existía en los diferentes reinos, a propósito de las medidas. Las cubas, que eran los recipientes de madera que servían para contener agua, vino, aceite u otros líquidos, tenían unas medidas de capacidad que variaban según que el cubero que la hubiera fabricado perteneciera a uno u otro reino. De aquí que esta “frase hecha” se emplee cuando queremos expresar que una cosa está hecha sin medida, sin peso o sin un criterio regulado.

Nadie con algunas luces puede pretender poner puertas al campo. Nadie, aunque solo posea esas mismas luces, alcanza a imaginar que nuestra lengua pueda sobrevivir muchos años sin los préstamos, sin las palabras que nos llegan procedentes de otras lenguas y que nosotros incorporamos. Pero tampoco a nadie se le puede pasar por la cabeza que tal integración quepa hacerla a ojo de buen cubero.

¿Cuándo realmente una palabra extranjera sobra en nuestra lengua, o sea es innecesaria, y cuándo debe ser aceptada, incorporada y empleada? Hay dos condiciones, o al menos eso pensábamos, para que ocurra esto último. La primera es que el vocablo no exista en nuestra lengua y, por tanto, sea imprescindible para poder designar las nuevas realidades, los nuevos conceptos, las nuevas técnicas. La segunda es que su forma interna no vaya en contra de las normas del español (por ejemplo, cuando la representación gráfica es ajena a las convenciones de nuestra lengua: pizza, pack o stock). En esta columna y en la próxima nos ocuparemos de ambos límites, si bien antes queremos manifestar nuestra extrañeza ante el hecho de que palabras con uno o con dos de estos impedimentos aparezcan en el diccionario académico y que, sin embargo –con justicia- sea desaconsejado su uso en los diccionarios de dudas y libros de estilo, alguno de ellos también académico.

En cuanto a la primera condición, que no exista ninguna palabra con ese significado en español, recuerdo un texto de F. Fernán Gómez, en el que el actor, director, académico, etc., con su gracejo habitual, lamentaba que el cine español no tuviera otra forma de parecerse al americano sino a través de la sustitución de los vocablos españoles por otros ingleses aunque estos no designaran nada nuevo, nada que ya no esté en nuestro vocabulario. Entresacamos unas líneas de su artículo “Palabras cercanas y lejanas”, publicado hace algún tiempo en El País Semanal:

Hasta hace pocos años, cuando no se sabía con seguridad si un actor iba a intervenir o no en lo que pensaba rodarse al día siguiente, se le decía que estuviera prevenido hasta determinada hora por si tenía que acudir al estudio. Y a eso se le llamaba estar prevenido. Y uno decía: - Perdona, Luci, pero no puedo salir de casa porque estoy prevenido.

Creo yo que estaba bastante claro, y que Luci y cualquier persona lo entenderían. Pero ahora en eso también hemos evolucionado mucho, y cuando estamos en casa o donde sea prevenidos por si nos llaman para trabajar lo que estamos es en stand by, o sea, puesto por.

Como es natural, no cuesta ningún trabajo aprenderse estas palabras, como de chico me aprendí off side, aunque dijéramos orsa y fao, que quería decir que uno le había puesto la zancadilla a otro. Pero no entiendo por qué los encargados del departamento de producción no pueden decirme que estoy prevenido. Ahora en España en vez de off side se dice fuera de juego y el fútbol sigue interesando.

¿Cómo no vamos a estar de acuerdo con el desaparecido cineasta? ¿Si existe el término en nuestra lengua qué sentido tiene sustituirlo por otro del inglés?

Los mismos periódicos que deberían velar por el buen uso del español, que poseen sus libros de estilo en los que desaconsejan tales usos, no tienen recato alguno en anunciar en sus páginas “un set de maletas (o de toallas)”, “un kit de montaña”, o un “pack de seis botellines”. Y esto, sin encomendarse a Dios ni al diablo. Desgraciadamente, contra el mal gusto lingüístico de la publicidad no puede nadie, ni siquiera el acuerdo que hace algo más de dos años (marzo de 2009) firmaron en defensa del uso del idioma en los anuncios y mensajes comerciales las principales organizaciones publicitarias y la Academia de la Lengua Española.

Puede ser cierto aquello de que una cosa, por muy estúpida que sea, si constituye una novedad, se gana la estima de la gente. Y es que, a veces, todos parecemos tan ilusos que por el hecho de poner un nombre nuevo a una cosa vieja, creemos haber concebido algo distinto. ¡Cuántas cosas extravagantes ha hecho decir el afán de decir cosas nuevas! No lo digo yo, lo dijo Voltaire. En tanto … el sol … por Antequera.

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