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Antonio Garrigues nos trae ánimos

Manuel León
Redactor-Jefe de La Voz de Almería

Antonio Garrigues Walker
Pasan los años, las décadas y el ‘encantador de serpientes’ que es Antonio Garrigues Walker sigue despertando una extraordinaria expectación en cualquier atril al que se suba. El presidente del mayor bufete de abogados de Europa acudió ayer a la Cámara de Comercio de Almería a arrojar algo de luz en este periodo de tinieblas macro y microeconómicas.

El presidente de la institución cameral, Diego Martínez Cano, recordó su amplia trayectoria en el mundo de la empresa y del derecho y su reconocimiento e influencia internacional como “embajador de la marca España”. Enfatizó en su intervención Garrigues Walker la importancia de una conmemoración como la de los 125 años de la Cámara de Comercio. “Tenemos que conocer nuestra historia, en España hay cierto complejo con nuestro pasado”, indicó.

Recordó que la Cámara almeriense vino al mundo en 1886, el mismo año que la Coca Cola y que se erigió en Nueva York la estatua de la Libertad. Explicó la importancia de que dentro de la crisis que está haciendo estragos se trata de reflejar cierto optimismo “en Estados Unidos está mal visto hablar de la crisis y su incidencia y aquí no paramos de gozar compartiendo el catastrofismo, no tenemos derecho al pesimismo”.

El nieto, hijo y hermano de juristas, destacó la importancia que tendría que tener en España la sociedad civil, “nos hemos quedado en una democracia de baja calidad y eso se nota en la insatisfacción de la gente, debemos optar al sistema de listas abiertas y a que la actividad y financiación de los partidos políticos tiene que ser transparente”. Expresó su malestar Garrigues ante más de un centenar de empresarios de la provincia que “vivimos en este país en un permanente clima electoral y eso genera un daño enorme ala sistema económico, cada diez minutos hay elecciones en alguna comunidad”. El abogado puso también el dedo en la llaga en el déficit idiomático, “todos somos responsables de que nuestros jóvenes no hablen idiomas, en España no habrá más de 50 personas que hablen chino”. Garrigues expresó la necesidad de medir lo que se hace o no se hace, las empresas, la calidad de las universidades “todo lo que se mide mejora, lo que no se mide no mejora”. Respecto a Almería expresó que “necesita que se estime, que se conozca todo lo que tiene, “en Italia por ejemplo han vendido cien veces la tumba de Romeo y Julieta, en Almería debe de haber personas que se ocupen de potenciar su rica oferta cultural”.

Se refirió también el conferenciante a la corrupción como un mal absoluto, “la transparencia es un derecho del ciudadano”. Incidió que “Almería ha dado un salto espectacular desde que era una provincia frustrada y tiene aún un potencia de crecimiento maravilloso. Añadió Garrigues que “Europa tiene un problema que no tiene Norteamérica y es que falta identidad y trabajar todos juntos, el teléfono de EEUU está en la Casablanca pero dónde está el teléfono de Europa, quizá sea el de Angela Merkel”.

Nunca fuí tan feliz como en Garrucha
Con sus ojos de águila, su pelo de armiño, sus maneras educadas, Garrigues se metió ayer a un centenar de empresarios almerienses en el bolsillo. Tiene el discreto encanto de la pequeña burguesía que reflejó Buñuel. Hijo de un abogado de prestigio y de una americana, Garrigues Walker como el resto del clan familiar, fueron -aún son- una referencia en España y sobre todo en la diplomacia internacional. Pero más que de ningún sitio, Garrigues reconoció ayer, emocionado, que se siente almeriense, garruchero, “porque nunca he sido tan feliz como lo fuí en Garrucha”. Allí llegó en la década de los 40 con su abuelo don Jaoquín, el fundador de la saga, y con sus hermanos, a habitar el palacio de la Marina de la Torre, a bañarse en su playa con Miguel el Mudo bajo la custodia del Gibao, a pescar galanes en la piedra mojaquera, a saborear mantecado al corte y a machacarse los tobillos en el viejo Vista Alegre. Carga en el equipaje del alma, este sabio bonvivant de cuajo americano, con esos días de la infancia en los que la familia llegaba a una playa lejana, cargados de maletas con camisetas y shorts, después de más de diez horas en un viejo vagón de tren de postguerra. Por eso, ayer, en Almería, entre apelaciones para crear una sólida sociedad civil, entre sus consejos de sentido común para navegar en estas aguas procelosas, entre sus convincentes frases para arrojar un poco de luz, Garrigues el viejo Garrigues, se acordó del niño Garrigues, y también se acordó de esa otra luz que le acompañó durante infinitos veranos en el Levante almeriense.

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