Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería
Paco Cosentino aludió el martes en su conferencia en la Cámara de Comercio, ante un centenar de empresarios y políticos, a la necesidad de comenzar a eliminar, una a una, las capas de esa enorme cebolla normativa y burocrática, cultivada en los últimos años en el invernadero de la multiplicidad de administraciones públicas y dedicadas a competir por la gestión de las mismas competencias y con el fracaso, en coste económico, eficiencia y eficacia, que estamos, lamentablemente, cosechando. Hablaba Cosentino de esa cebolla con la que no se sabe bien qué es mejor, si llorar o reír -17 Defensores del Pueblo, decenas de canales de televisión autonómicos, centenares de organismos de la vivienda, miles de funcionarios sin función alguna que realizar…- y regresé a dos conversaciones alejadas en el tiempo y distantes en lo ideológico, pero coincidentes en lo conceptual.
Felipe González fue el primero y su opinión la escuché mientras se encendía un puro después de intervenir en el Ciclo de conferencias de La Voz. “Que para cazar en cualquier parte del territorio español haya que tener diecisiete licencias es un disparate sin posibilidad alguna de defensa”. El segundo fue Mariano Rajoy, también en el ciclo de conferencias de La Voz. ”Es un sinsentido que para intentar facilitar la compra o alquiler de una vivienda contemos con cuatro organismos -uno local, otro provincial, un tercero autonómico y un cuarto nacional- para hacer lo mismo sabiendo que, al final, donde van los ciudadanos es a una agencia inmobiliaria”.
He recurrido a las opiniones de un gran empresario almeriense, de un expresidente del Gobierno y del que se vislumbra como futuro presidente, porque hay territorios que la prudencia aconseja recorrer bien acompañado. Una de las medidas que habrá que afrontar en España (y más pronto que tarde) es la necesaria adecuación de los ayuntamientos a la realidad objetiva de su eficacia y a la necesidad de que la administración esté de manera rigurosa al servicio de los administrados y no, como ocurre en demasiados casos, de los administradores. La crisis, en su extremada crudeza, está acabando por mostrar algunas realidades no percibidas en épocas de bonanza.
Una de ellas es la imposibilidad de asumir la existencia de los más de ocho mil municipios en que, a nivel local, está dividido el Estado. España no puede soportar esta distribución administrativa; tampoco hay motivo alguno que justifique que la provincia de Almería se gestione desde 102 ayuntamientos. No es eficaz, no es eficiente y no es rentable. Pueblos con apenas unas decenas de habitantes reales o, en muchos casos, con unos centenares de vecinos de hecho, no van a ver mejorada su situación porque cuenten con la estructura administrativa y política de un ayuntamiento propio. Es duro escribirlo. Pero es verdad. Dice la Biblia judía que no se hizo el hombre para el Sabbat, sino el Sabbat para el hombre. No se han hecho los ciudadanos para quien los gobierna, sino que son los que gobiernan los que deben estar al servicio de los gobernados. Cuatro pueblos con apenas doscientos habitantes entre todos y separados entre ellos por menos kilómetros que los que pueden contarse con los dedos de las manos no pueden ser gestionados a través de la estructura de cuatro ayuntamientos. La mejora en las comunicaciones y las posibilidades de internet en la gestión de información o documentos hacen innecesaria la multiplicidad que ello conlleva. Es un debate que nadie quiere abrir, pero es un concepto que todos asumen. Como también asumen que es preciso ordenar la prestación de determinados servicios públicos; no todos- la sanidad y la educación deben ser intocables- pero sí algunos.
Porque ¿qué sentido tiene que haya una piscina cubierta en pueblos que están separados por una decena de kilómetros? Cuando las carreteras eran más elemento de alejamiento que de unión, cuando el coche sólo estaba al alcance de unos pocos, recorrer esa distancia podía resultar excesiva; hoy no es así. En la actualidad las carreteras o las autovías son calles que acercan y se pueden hacer grandes instalaciones deportivas o de ocio atendiendo no al criterio del campanario, sino a la razón que dicta que, si así lo hacemos, se podrán hacer mejores instalaciones ahorrando recursos en su construcción, en su funcionamiento y en su mantenimiento.
Hay que optimizar los recursos. Pero no porque estemos en crisis -que también- sino porque es lo que impone la lógica. Hacer lo contrario es una irresponsabilidad. Como sostuvo Cosentino en su conferencia, hay que quitar las capas a la cebolla; aunque al principio provoque alguna lágrima.
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