David Uclés
Director del Instituto de Estudios de Fundación Cajamar
Cuando a partir del siglo XV los marineros portugueses y españoles comenzaron a explorar las rutas del Atlántico y el Índico, no sólo llevaron sus reales estandartes al otro lado del mundo en la búsqueda de oro y especias, también lograron cambiar el eje de gravitación comercial y político del planeta, o al menos de Europa. Desde siempre, la civilización y el comercio se habían movido por las orillas del Mare Nostrum.
Y, aunque el fortalecimiento de la Europa del Norte ya había desviado una parte del protagonismo al Báltico, el viejo Mediterráneo quedó de pronto fuera de juego. Los grandes flujos comerciales ya no lo atravesaban, ni las grandes batallas se dirimían en sus aguas. En España, los grandes puertos mediterráneos cedían protagonismo ante los galeones que atravesaban el Atlántico con sus cargamentos de plata con destino a Sevilla o Cádiz. Las Canarias se convertían en lugar de paso obligado para la preparación de los viajes y la milenaria Ruta de la Seda quedaba relegada para siempre.
La independencia sucesiva de las colonias americanas de sus metrópolis europeas dejó definitivamente claro que el centro del poder económico y militar se alejaba hacia el Oeste. La emergencia de EEUU como potencia planetaria y el papel de Japón en el pacífico ahondaron esta tendencia.
Tan sólo volvió el mar de los romanos a ganar protagonismo a finales del siglo XX, cuando la población del continente africano comenzó a desplazarse hacia Europa, y los vecinos del Norte caímos en la cuenta de la gran bomba demográfica que se fraguaba en nuestra frontera Sur. Entonces comenzamos los europeos a fijar capitales en la orilla de enfrente, propiciando el acercamiento comercial entre la UE y el Norte de África. Finalmente, la explosión de China e India ha permitido que las mercancías vuelvan a circular por el Mediterráneo, buscando acortar las distancias a través del Canal de Suez.
Dentro de este marco estratégico es en el que nos encontramos. Ciertamente es sutil, y lo es porque la competencia del corredor del Noroeste va a ser creciente en virtud del deshielo acaecido a causa del cambio climático, lo que va a permitir un sustancial ahorro en costes y tiempos de navegación.
Volvemos a estar en medio de los flujos comerciales, pasan por nuestra orilla y Almería se encuentra en un lugar geográfico relevante por primera vez en muchos siglos. De ahí la importancia del corredor Mediterráneo, de ahí la relevancia de estar incluido en ese gran circuito que debe atravesar Europa desde el Estrecho de Gibraltar hasta Rusia.
Evidentemente, estar en el corredor es una condición necesaria, pero no suficiente. El eje es una palanca con suficiente capacidad como para impulsar nuestro crecimiento, pero toda palanca necesita un punto de apoyo y la aplicación de una fuerza para que funcione. Almería tendrá la palanca, pero necesitará mucho más si no quiere dedicarse a mirar como pasan los trenes por su territorio. El punto de apoyo debiera ser el puerto. La vinculación de esta infraestructura con el ferrocarril permitiría ampliar nuestro hinterland de forma significativa. Pero también se precisa, como hemos explicado, la aplicación de una fuerza sobre la palanca; y esa fuerza no puede ser otra más que la propia capacidad productiva de la provincia. Es decir, el desarrollo no se logra tan sólo porque un ferrocarril pase por un territorio. Si el tren no tiene necesidad de pararse en él, entonces la riqueza se circunscribirá a la construcción del mismo y al mantenimiento posterior de la infraestructura. La agricultura y su capacidad exportadora son hoy el componente principal de la “fuerza” almeriense. Pero posiblemente necesitemos un poco más de músculo, el conjunto de la estructura económica almeriense debe estar ya repensándose en términos de las nuevas posibilidades que se abrirán de cara al futuro. Ya casi tenemos el tren pasando por delante, ahora hay que lograr que pare aquí.
En este sentido, la elección del tramo interior, el que sigue a grandes trazos la trayectoria de la A92, va a condicionar en gran medida el potencial. Porque van a quedar fuera algunos puntos geográficos con estructuras productivas complementarias de la almeriense (potente agricultura y turismo en todo el litoral entre Málaga y Almería) y que hubieran podido acrecentar nuestra fuerza aplicada a la palanca. Ciertamente, los costes son menores por esa trayectoria, pero la naturaleza mediterránea del eje queda un tanto descafeinada. En cualquier caso, la superación del planteamiento radial en torno a las infraestructuras que supone este corredor, pondrá a Almería en medio del camino y no, como hasta ahora, como estación término.
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