Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista
Palabras para reivindicar el presente. A ser posible, con libros de poesía, por ser los más ignorados; marginados a pesar de su valor para redimirnos de la calle. Por ejemplo, el tiempo presente, un instante que no se inmuta, que no se transforma, que ejerce esa situación constante de permanecer. Ahí surge la actitud serena del personaje-lector, desapercibido ante el rumor de miles de pasos por las calles en aras del consumo. Con la poética es como si no existiera la sensación del tiempo, que está ahí, viva y arrinconada por decisión de la autoridad. Veamos algunos de esos momentos que consiguen escapar, que nacen conscientes de que su tiempo es efímero, poética para un instante eterno. Infinito. No hay necesidad de segundos, ni minutos, ni horas, ni días, ni meses, ni años. Sólo la quietud de las palabras para medir el tiempo que viene sin olvidar el presente. El lenguaje, con sus reglas y condicionantes por la aprehensión de los signos.
El poeta Domingo Nicolás (Murcia, 1937) ha resurgido en 2011 con dos poemarios, que responden a esta sensación de búsqueda, que buscan ascender a través de palabras escondidas, sobre todo refugiadas en el aliento de un paisaje oculto y enaltecido: Los espacios del tiempo (Instituto de Estudios Almerienses) y Del Cántico y el Vuelo (Arráez Editores). Y como suele ocurrir en gran parte de la trayectoria sumergida de su autor, las palabras son el elemento esencial. Por supuesto, palabras buscadas e indagadas para la construcción del paisaje interior, marcado por la configuración de una intuida teoría intelectual de la poética personal. Es el principal enigma e interrogante que acompaña a cualquier proyecto de teoría camuflada en versos en este poeta.
Domingo Nicolás vive hac
e tiempo refugiado en silencios que sólo interrumpe para dejar escapar palabras. Ellas mismas se mueven y se acomodan. Lo formal es esencial, quizá a costa de marginar en parte la naturaleza elemental con la que este poeta suele arrancar sus itinerarios cotidianos para luego sumergirse en el secreto de los subterráneos. Es el enigma del poeta, en busca del reconocimiento universal.
En Los espacios del tiempo (sonetos) parte de la naturaleza y configura una mística que busca casi con desesperación. El momento más sublime se detiene en algo perceptible, sin más, escueto: “Cómo acabar la nada es el misterio”. El título del poema es el poema.
La figura poética del ‘haiku’ japonés es la imagen que lleva a Domingo Nicolás a otro ejercicio de su taller poético: Del Cántico y el Vuelo, presentado recientemente en el Museo de Almería. El poeta construye y reconstruye, gira y ensambla palabras ignoradas o escondidas, localiza ideas, formas, imágenes, siluetas en aras de un proyecto de discurso sentimental en el que filosofía y poética van de la mano. Lo esencial del pensamiento es el momento de la quietud, la idea apenas esbozada, como un ejercicio de escapada por el horizonte. Lo importante es el instante ante el verso, la impresión, las sensaciones que consigue aprehender el lector que camina solitario al amparo de la poesía; con la intuición de que las palabras están por breves momentos al aire libres y abiertas, han conseguido salir a la superficie y viajan en todas direcciones:
“Hoy, por cierto, he aprendido
que a través de tu vuelo
se hace visible el viento".
Y ya no hace falta más, salvo permanecer en el tiempo detenido del poema.
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