Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería
Cuando el martes, en la presentación del “Mediterráneo Económico” de Cajamar, escuché al profesor Antón Costa aludir con tanta convicción como pedagogía a la capacidad exportadora de España como uno de los salvavidas que nos están manteniendo a flote en medio de la tempestad, no pude evitar volver al papel fundamental que el comercio exterior ha tenido siempre, tiene ahora y tendrá en el futuro en el PIB provincial. Almería fue lo que fue, es lo que es y será lo que será porque siempre buscó y encontró extramuros de geografía más cercana los mercados más propicios para lo que generaba su estructura. Como señala el profesor Sánchez Picón las épocas de introspección y aislamiento sólo condujeron a la catástrofe.
La belleza sutil de la seda nos situó en el mapa de las comunicaciones cuando el primer milenio llegaba a su fin; después, siglos después, fue la minería y la uva de barco los que nos reconciliaron con el progreso; más tarde la agricultura intensiva, la inteligencia financiera (qué otra cosa es Cajamar sino un ejemplo de la inteligencia en movimiento),el mármol y el sol; en el futuro será (o no seremos nada)la calidad alimentaria, la innovación de la piedra y la felicidad del ocio. Ocho productos distintos y un solo mercado verdadero: el exterior.
Pero para llegar al exterior es imprescindible contar con cabezas de puente que nos unan con el y nos faciliten llegar a esos destinos. Dos informaciones publicadas por este periódico han hecho saltar las alarmas en la última semana. La primera hacía referencia a la disminución de turistas extranjeros que llegan a nuestro aeropuerto. La segunda, la decadencia por la que navega el puerto en los últimos años y que se objetiva en menos graneles, menos pasajeros y menos buques. Dos escenarios logísticos de primera magnitud atraviesan momentos de acusada zozobra en medio de la inquietud.
Es evidente que la crisis está en el origen de las turbulencias que azotan a esas dos puertas al exterior tan importantes para la economía provincial. Nada es ajeno a ella.
De lo que ya no estoy tan seguro es de si se está haciendo lo suficiente para frenar el deterioro de los parámetros que componen su actividad. Porque lo peor de una crisis no son las consecuencias que provoca, sino la (in)capacidad de marcar y desarrollar estrategias que la combatan. Los números no son más que la meta a la que se llega después de recorrer una hoja de ruta iniciada a partir de una idea estructurada. La bicicleta se mueve porque, previamente, quien la lleva decidió por un impulso del cerebro empujar sus pedales.
La extremada complejidad del presente y del futuro aconsejan alejarse de aquellas decisiones que tienen en la ocurrencia su táctica y en la acumulación de ocurrencias su estrategia. Para combatir esa tentación nada se antoja más acertado que cultivar la reflexión y buscar espacios en los que compartir ideas y estrategias.
Cuando hablamos del aeropuerto o del puerto estamos haciéndolo, también y a la par, de la exportación agrícola futura, del turismo y del mármol. No existen, no han existido nunca sectores productivos capaces de vivir como islas en medio de un mar en calma o embravecido. La competencia feroz que se avecina exige que los emprendedores almerienses encuentren en las dos ventanas al exterior las mayores posibilidades y las mejores condiciones. Y no basta con adormecerse en la grisura del presente; hay que adelantarse al futuro y pensar hoy lo que hay que hacer para ganar el mañana. Y no sé si quienes tienen responsabilidad directa o indirecta en que así suceda están en esa filosofía.
Almería siempre ha sido ingrata con quienes han mostrado su preferencia por el análisis sosegado antes que por el impulso emotivo. Por eso considero de justicia felicitar a Cajamar en general y a Jerónimo Molina en particular por las más de siete mil páginas escritas por cuatrocientos analistas que configuran sus 20 números de “Mediterráneo Económico”. Siete mil páginas de reflexión son el mejor equipaje argumental, la mejor mochila para recorrer la selva por la que transitamos.
Escribió el Nobel Miguel Angel Asturias que “pensar es un cuchillo”. Y si en una selva no hay mejor arma para cortar la maleza, en la vida la mejor arma es una idea para despejar el camino y comenzar a andar.
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