Pablo Requena
Periodista
Almería Urban, la empresa pública que gestiona la subvención de la UE para la rehabilitación del casco histórico, organizará unas jornadas a final de mes en las que cualquier ciudadano podrá dar sus ideas de cara a mejorar y revitalizar la zona más antigua de la ciudad de Almería. A simple vista, la noticia parece “buena, bonita y barata”, o séase, los almerienses decidiendo cómo quieren que sea el casco viejo de su ciudad, y sobre todo, qué es lo que sobra en él y, por tanto, lo que hay que eliminar, pues suena cojonudo… Si hasta reconozco que, así de primeras, me dan ganas de participar a mí también en las susodichas jornadas, puesto que se me ocurren unas cuantas cosas que se podrían hacer. Pero he de admitir que, para un pesimista empedernido como yo, la noticia no deja de tener un cierto semblante a humo. Y lo digo porque ya me pasa como a Santo Tomás, que no me creo ná hasta verlo con mis propios ojos.
Es justo reconocer todo lo bueno que se ha hecho en Almería gracias al Plan Urban. Sería de necios negarlo. Pero resulta que a mí me han parido cansino, fatigoso o porculero -llámenlo como quieran- y me suele dar más por centrarme en lo que falta por hacer que en lo que se ha hecho ya. Y en ese sentido, faltan tantísimas cosas…
Empezando por lo que en cualquier otra ciudad española es el corazón de la urbe: su plaza mayor, en nuestro caso, la Plaza Vieja, cuya obra de rehabilitación -que “realiza” la Junta de Andalucía- está completamente parada desde tiempos inmemoriales a los que no pienso remontarme hasta dios sabe cuándo -seguimos sin hay fecha de reanudación-. Pues, efectivamente, está la susodicha plaza más muerta que Chanquete, sin que pase por ella ni la gitana de los cupones. Primera en la frente.
Vámonos a los dos grandes monumentos de la ciudad: la Alcazaba y la Catedral. En el caso de la Alcazaba, es dar vueltas sobre lo mismo hablar del alarmante estado de deterioro de sus murallas, de la falta de seguridad en el recinto o el ridículo presupuesto que la Junta destina a su conservación; y así le luce el pelo. El mal estado de conservación de los aledaños -en este caso responsabilidad del Ayuntamiento- también es algo crónico. En el caso de la catedral, ya he visto más de una vez la escena en la que un grupo de turistas, nacionales o extranjeros, espera a las puertas a que alguien la abra al público. Lo siento por ellos, pues no sé por qué casi siempre está cerrada. Y me consta que no ocurre igual en Granada o Sevilla, por poner ejemplos. Aunque tampoco ayuda que la plaza Bendicho no sea peatonal y que la zona “peatonal” de la catedral que da al museo –un museo que también permanece cerrado a cal y canto, y si no es así lo disimulan muy bien- esté cumpliendo funciones de aparcamiento público y universal.
Si entramos a valorar cómo están la mayoría de calles y casas del barrio de Pescadería -yo he hecho el sano ejercicio de pateármelo recientemente- o la zona de la calle de la Reina, pues ya me dan ganas de llorar. O la céntrica calle Real, en la que parece que, por mucho que se haga -y mira que se ha hecho ya- siempre quedarán solares abandonados o casas centenarias que se vienen abajo. Y eso que estamos hablando de la calle Real. Y es que ése es otro de los males endémicos de Almería y su casco antiguo: la gran cantidad de inmuebles históricos, que son construcciones típicas almerienses y que, por dejadez, o falta de liquidez, o vaya usted a saber por qué motivo, permanecen abandonadas, envejeciendo con el lento paso del tiempo y dando esa imagen de apatía y desidia a la que tristemente nos tiene acostumbrados nuestra ciudad.
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