Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería
De todos los aspectos negativos, de todas las esquinas que al doblar hielan el alma -detrás de cada parado hay una noche oscura que se antoja eterna; detrás de cada pequeña empresa que baja la persiana para siempre, siempre se levanta el sentimiento amargo del fracaso-, de todos los frentes con que nos sentimos agredidos por la crisis, el que más me preocupa es el de la resignación. No es el que más hiere, tampoco al que haya que acudir con más urgencia; pero sí el que más paraliza.
El castellano, tan rico en todo, es quizá el único idioma que distingue entre el Ser y el Estar. No es lo mismo ser derrotado que estar derrotado: el primer verbo define una realidad transitoria, el segundo una estación término en la que ya nadie espera la llegada de ningún tren en el que reanudar el viaje.
Obras del desdoblamiento de la carretera Vera-Garrucha, paralizadas |
Desde que comenzó la crisis y a medida que pasa el tiempo se va acentuando esa visión paralizante en la que las expectativas de superarla cada día aparecen más lejanas. A quien sobrevive en el paro o a quien vive la angustia del riesgo de pasar a engrosarlo, el consejo supone escasa ayuda para soportar el peso de la cruz que lleva a cuestas. La solidaridad es el único Cireneo que puede paliar el desamparo, pero su beneficio emocional no acalla el grito silencioso de la tragedia.
La situación es distinta cuando la crisis cambia de escenario y la amenaza se concreta en el retraso, cuando no la paralización, de proyectos que todavía permanecen en el imaginario colectivo cuando ya debían ser realidades construidas sobre las inversiones prometidas y nunca cumplidas.
La crisis no es un manto bajo el que se puedan esconder -y menos justificar- todos los proyectos que permanecen paralizados. Al menos no deberíamos permitirlo los almerienses. Y lo estamos permitiendo cuando asistimos resignados a que las obras del hospital materno infantil sólo hayan visto poner la primera piedra y la llegada de la segunda lleve meses parada; cuando la autovía del Almanzora sólo la recorren en sus tramos en construcción algún obrero cuya única misión es trasmitir imagen de actividad para disimular su paralización; cuando asumimos como una maldición bíblica la eternidad de la autovía con Málaga. Y no aludo al soterramiento porque da ya vergüenza.
Mientras en otras provincias las obras paralizadas lo están por su carencia de contenido, no por su falta de terminación (los aeropuertos de Castellón y Ciudad Real sólo sirven para ver cómo han volado cientos de millones en obras innecesarias, pero no para que despegue ningún avión), en Almería los proyectos paralizados o ralentizados -antes de la crisis, en la crisis ¿y después de la crisis también?- no son consecuencia de los delirios de grandeza de un político iluminado ni sumideros de bajeza al servicio de un político corrupto; son instrumentos que deberían estar fortaleciendo las expectativas turísticas de una provincia, la fortaleza industrial de una comarca o la calidad asistencial de unos ciudadanos considerados hasta hace poco sanitariamente dependientes de otras provincias.
Es posible que, en su candidez conmovedora, alguien piense que estamos poniendo la venda antes de que se produzca la llaga. No es así. Tenemos el cuerpo tan lleno de heridas que sucede lo contrario: que queda poco espacio en el que poner la venda.
Somos una provincia asediada de retrasos y condenada de olvidos. Hemos llegado tarde a casi todo. Por eso no deberíamos tolerar que, si antes fuimos los últimos en llegar, ahora seamos los primeros en resignarnos a pagar las consecuencias de un déficit que Almería nunca contribuyó a disparar.
Alejémonos por tantos y tan justificados motivos de la resignación y alejémonos, también, de quienes vendrán a esconder bajo el paraguas de la crisis las lágrimas forzadas por el incumplimiento de sus promesas.
La verdad está en el flamenco y ya lo sentencia una soleá: “a la puerta de la cárcel/no me vengas a buscar/que si no me quitas penas/no me las vengas a dar”.
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