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Enrique Durán en el corazón

Juan José Ceba
Escritor

Habíamos quedado en vernos, la semana que viene, con nuestro Enrique Durán, pintor/acuarelista y médico, en torno a la palabra y a unos vasos de vino, sus amigos Julio Alfredo Egea, Domingo Nicolás y yo. Cuando esto escribo, tengo el gran pesar y estremecimiento de que esta reunión del alma ya no tendrá lugar. Un dolor inconsolable me hizo ponerle lágrimas, anoche, al hermoso fruto de nuestros años compartidos. Leo las emociones que escribí sobre él y que le conmovieron: “Por su absoluto dominio de la técnica, por su alma impregnada de la poesía más viva, Durán es un maestro acuarelista que, se guarda humildemente, franciscanamente, de parecerlo. No alardea de sus hallazgos y labora en silencio, en soledad de hondura, con el escalofrío deseado del paisaje”.

Enrique recordaba con nostalgia su infancia granadina, a su padre –con ternura infinita- médico, fundador del Centro Artístico, donde daba clases de anatomía artística, y a su tío, a quien Lorca dedicó su poema Idilio, en el libro “Canciones”: “Tu querías que yo te dijera/ el secreto de la primavera”. Ambos participaron de la ventura cultural de la época y fueron amigos de Falla, de los pintores López Mezquita, Rodríguez Acosta, Morcillo, Carazo y Zuloaga. Evocaba nuestro amigo: “Se conserva una carta, con dibujos, de Federico a mi tío que estuvo intentando hacer una publicación con dibujos del poeta”. “El ambiente que se respiraba en mi casa –nos decía- era el del arte. Se hablaba de cultura constantemente. Desde pequeños mi padre nos leía poemas de Rubén Darío –de cuya poesía era un enamorado- de Bécquer y de Federico –cuyos versos se sabía de memoria- y escuchábamos asombrados su teatro”.

Enrique, dibujante magnífico, comenzó haciendo caricaturas geniales, hasta que se dedicó a recoger el alma del paisaje, con un lirismo vivo de sentimientos en sus acuarelas. Entre nuestra historia de inquietudes culturales, con el mecenazgo entusiasta de Fernando Berruezo, iniciamos la colección “Alhucema” -a la que luego se unió Domingo Nicolás- inspirada en los libros exquisitos de Juan Ramón. Se convirtió en ilustrador de delicadezas, que animaba con motivos vegetales, con pinceladas cargadas de sentimiento, en pequeños dibujos que llamábamos “suspirillos”. De su poética de la naturaleza se enjoyaron, entre otros, los libros de Juan Berbel, Julio Alfredo Egea, Pepe Hierro, Rafael Guillén o San Juan de La Cruz. Fue el artista que iluminó homenajes a Pepe Asenjo y a Egea –e ilustró su obra para niños. Aflora por mi ser un poema que escribí para Enrique: “Das un trazo de luz, y atraviesas la tierra velozmente/ minas el canto de arcángeles de greda/ y todo se consume, mientras tiemblas/ con hambre de amarillos”.

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