Luis Barbero
Periodista
Si el PSOE tenía escasas, escasísimas, opciones de seguir gobernando en Andalucía, una isla roja en un mar azul, en las últimas semanas se ha empeñado en dar todos los pasos necesarios para llegar a las elecciones autonómicas del 25 de marzo sin ninguna opción. El camino elegido es sencillo: la autodestrucción.
El otrora partido hegemónico en Andalucía, la máquina de ganar elecciones, es hoy una formación rota, enredada en multitud de batallas internas, y en la que algunos parecen estar pensando más en el día después de la derrota, para colocarse en situación de privilegio en la que gestionar los restos del naufragio, que en intentar frenar la victoria de Javier Arenas.
La idea de celebrar el congreso federal del PSOE en vísperas de las elecciones autonómicas se ha revelado como un auténtico fiasco que ha aflorado las disensiones que se arrastran desde hace tiempo. Los socialistas andaluces, como no podía ser de otra manera, se dividieron entre ubalcabistas y chaconistasr, que viene a ser lo mismo que decir entre partidarios de Chaves y de Griñán.
Y es aquí donde está el problema de fondo. La batalla que se está librando es consecuencia de que el relevo de Manuel Chaves por José Antonio Griñán en la presidencia de la Junta y en el PSOE andaluz se hizo rápido y sin apenas discusión interna, pero abrió el partido en canal. La fractura entre Chaves y Griñán, que acumulaban varios quinquenios de amistad, fue el primero indicio de lo que ha venido después.
La batalla se puede simplificar en chavistas y griñanistas (aunque ninguno de los dos tiene una legión de seguidores detrás), pero en el fondo lo que el PSOE andaluz está sufriendo es un choque generacional, de concepción del modelo de partido y rivalidades que se arrastran, en algún caso, desde las Juventudes Socialistas.
Los partidarios de Chaves nunca han estado cómodos con Griñán, y sobre todo con su equipo más cercano, con la secretaria de Organización, Susana Díaz, como símbolo de esa desconfianza. Y los partidarios de Griñán creen que los primeros no han sabido ceder el testigo en el socialismo andaluz y han hecho todo lo posible para evitar los cambios en una formación esclerotizada tras 30 años de gobierno. Además, de forma discreta, reprochan a los primeros la herencia tóxica de los ERE fraudulentos.
Lo peor de todo, en cualquier caso, es que el PSOE andaluz ha decidido ventilar esta guerra a seis semanas de unas elecciones autonómicas en las que parte como perdedor, cuando una parte de la sociedad necesita un referente político que le diga que hay alternativas a los recortes o al abaratamiento del despido. Con este discurso, el PSOE podía cimentar una campaña en Andalucía que pusiese una pica en el mapa azul del PP. Sin embargo, ha optado por mirarse el ombligo e ir, directamente, al suicidio político.
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