Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería
La Cátedra Rafael Escuredo, de la Universidad de Almería, y la Fundación Suelia han tenido la amabilidad de invitarme en una mesa redonda y a un encuentro en los que exponer mi opinión sobre el pasado, el momento político que vivimos y el que nos aprestamos a vivir. El texto que sigue a continuación es un resumen de algunas de las consideraciones expresadas en mis intervenciones en los dos foros. Entre aquel pasado que ya no es, el presente que es y no será y el futuro que aún no es pero será, hay siempre un hilo conductor sobre el que conviene transitar en la búsqueda de algunas de las razones que configuraron lo ya ocurrido y configurarán lo que ocurrirá.
Canta el tango que veinte años no es nada y habrá que convenir, por tanto, que treinta son casi nada. Sin embargo la historia contradice a la música porteña y las cifras, aunque menos románticas que las letras de arrabal y malevaje, son las que nos muestra las cosas tal y como eran y tal y como son. Esta semana se ha cumplido el treinta aniversario de aquel 28 de Febrero que situó a Andalucía en la primera división del mapa autonómico y es buena excusa para preguntar cuál ha sido para Almería el balance de treinta años de gobierno autonómico.
La retórica política tiende a ensombrecer la realidad o a iluminarla en función del interés de quien la practica, por esos es aconsejable centrar la respuesta en la aridez de los números y en las contradicciones que de ellos puedan derivarse. Por centrarnos en dos de las líneas fundamentales que enmarcan el estado del bienestar- salud y educación- podemos contemplar cómo en 1982 en Almería había 679 camas hospitalarias, 4 centros subcomarcales de salud, 2 casa de Socorro y 6 puntos de urgencias. 30 años después los centros de salud alcanzan los 40 y el número de puntos de urgencias son 26. En cuanto a los recursos sanitarios humanos en los años 80, en toda la provincia había 201 médicos de atención primaria y 253 de atención especializada. En 2010 en los centros públicos de salud hay 549 médicos de atención primaria y 863 médicos de atención especializada. La diferencia en estos 30 años ha sido de 454 A 1.412 médicos mientras que, por ejemplo, en personal de enfermería el salto ha sido de 791 a 2.292.
Pero dejemos la salud y adentrémonos en temas educativos: En 1.983 los centros públicos de enseñanza de la provincia eran 377 y en la actualidad el número alcanza los 606. Los profesores que había hace 30 años eran 3.846, en la actualidad son 10.087, y los alumnos que había entonces alcanzaban la cifra de 104.543 y en la actualidad 157.403, La diferencia de ratio entre centros, profesores y alumnos de entonces a ahora es tan evidente que no hace falta detenerse en ella. Punto y aparte especial merece la creación de la Universidad de Almería. De aquella solitaria Escuela de Magisterio al complejo de La Cañada hay tanta distancia que huelga cualquier comentario. La evidencia ni puede negarse ni hay que insistir en ella.
Con la frialdad de los datos, podemos afirmar que el proceso autonómico ha supuesto un avance incontestable en Salud y Educación. ¿Podía y debía haberse hecho más y más rápido? Sin duda. Todo es mejorable y a Almería han llegado servicios, demasiados, con demasiado retraso.
Pero si estos datos son así, ¿por qué, según todas las encuestas, en la percepción del desarrollo autonómico, un tanto por ciento mayoritario de ciudadanos mantiene un posicionamiento crítico? ¿Por qué la clase política que ha gestionado estos cambios ha acabado por ser considerada como el tercer problema más grave para los ciudadanos en general y por los almerienses en particular?
Creo sinceramente que la política autonómica ha gestionado con acierto algunos espacios públicos que compartimos. También creo que los gestores que la han llevado a cabo han cometido el pecado de considerar la eficacia y al eficiencia como hijos de un dios menor. Los almerienses tenemos la percepción, creo que acertada, de que Sevilla ha estado siempre muy lejos de los intereses de Almería. Se ha avanzado en aspectos fundamentales como la educación y la salud (que habrá que mejorar) pero la realidad es que Almería nunca ha tenido “poder político” en Sevilla. Para verificar esta afirmaciones sólo hay que pensar que de los más de 100 consejeros que han estado sentados en el Gobierno Andaluz sólo 4 han sido almerienses y sólo uno ha tenido de verdad poder político (y sólo también durante dos años).
La política andaluza y los políticos andaluces han pecado de una visión centralista, endogámica y ajena a las expectativas de los almerienses. Almería no es mejor ni peor que otras provincias andaluzas. Es distinta. Y, por tanto, los modelos de desarrollo deben adecuarse a esa singularidad. Circunstancia que no ha sucedido en demasiadas ocasiones. 30 años de gobierno monocolor han convertido a la dirección política en una estructura anquilosada, carente en muchos casos de ideas y sometidos también en muchos casos más a los intereses tribales de partido que a los argumentos estructurados al servicio del desarrollo colectivo.
Los políticos almerienses -del gobierno y la oposición y sálvese el que pueda- han estado más preocupados en ser una franquicia y no molestar al poder sevillano o madrileño que ocupados en imponer sus criterios en los espacios donde se toman las decisiones importantes. Hay excepciones en los dos bandos.
Aunque en algunos aspectos el avance ha sido grande (en otros, como la autovía del Almanzora o la política de vivienda en el caso de los ingleses, la situación supera el bochorno), donde la política ha perdido su encuentro con los ciudadanos ha sido en el favorecimiento de las iniciativas privadas. Ahora estamos en crisis, pero la crisis comenzó hace cuatro años, pero en los anteriores, ¿cuántos emprendedores tropezaron con la burocracia de una administración que más que alentaba las inversiones las dificultaba?
El desarrollo no es un escenario en el que sólo actúa la inversión pública. Es también un territorio en el que es imprescindible satisfacer las expectativas privadas de los ciudadanos. El gobierno andaluz no ha sabido conectar con el nivel de desarrollo de los emprendedores almerienses. Instalado quizás en un concepto demasiado generoso de la subvención, no ha llegado a entender que para Almería lo más importante es la no existencia de una política restrictiva para las inversiones privadas. La inflación de normativas, reglamentos y burocracia es perceptible desde Almería no como elemento garantista, sino como una montaña restrictiva en la que a veces se solemniza lo trivial o se trivializa lo solemne. Almería no es una provincia subvencionada sino emprendedora, una provincia en la que la sociedad civil está mucho más adelantada que la burocracia administrativa.
No está escrito lo que sucederá el 25 M. Lo que sí deberíamos haber aprendido ya los almerienses es que, cuando llegue el momento, es imprescindible que esta provincia asuma el protagonismo político que le corresponde. No somos una provincia de extrarradio, formamos parte de una realidad y queremos que quienes gobiernen tengan en cuenta la singularidad de una provincia que no quiere ser más que nadie, pero que no está dispuesta a que se le considere menos que nadie. Con la vocación de urgencia que impone un titular periodístico yo me atrevería a decir que en los últimos treinta años la política ha cambiado a Andalucía, pero no a los políticos que continúan anclados en unos comportamientos a los que les ha alcanzado el tiempo.
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