Francisco Giménez Alemán
Periodista
Era de ver la explosión de júbilo en el desierto de Tabernas y en los campos de Níjar cuando comenzaba a llover, generalmente de forma torrencial, y por unos días la tierra se esponjaba y las bestias bebían a placer en los pilones de los cortijos. Era una auténtica fiesta que la gente de Almería celebraba haciendo migas de harina de sémola, ese plato heredado de la cocina andalusí a caballo entre el cuscús y el gazpacho manchego.
Este año no estamos para fiestas, y no solo porque la sequía sea tan pertinaz como en tiempos de Franco, sino porque a ella hay que sumar, o restar, el calvario de la crisis económica que cada día que amanece nos reserva una nueva sorpresa, siempre en forma de disgusto. La última, ese lacerante déficit del 8,51 con que se despidió 2011, tan horribilis como fatídico. La consecuencia está cantada: más ajustes, más apretarnos el cinturón y, desde luego, menos fiestas.
Las pérdidas en el campo andaluz se cifran ya en cien millones de euros debido a la prolongada sequía que está convirtiendo los inviernos en eternas primaveras. Las organizaciones agrarias han dado la voz de alarma, pero las arcas públicas están tan exhaustas como los cauces de los arroyos. Y como las desgracias –dice la voz popular– nunca vienen solas, Europa acaba de dar un nuevo varapalo a los productos hortofrutícolas de Almería y Huelva principalmente al cerrar un acuerdo con el Reino de Marruecos que supone la mayor agresión a nuestra agricultura temprana y, a saber, el cierre de explotaciones si al mal no se pone remedio. Con este descalabro se ha puesto de relieve el escaso peso del campo español en la Unión Europea, que en materia de pesca o de agricultura solo nos da dolores de cabeza, cierre de empresas y más gente al paro.
No creo en las conjunciones astrales ni creo que los inminentes Idus de Marzo tengan arte ni parte en esta suma de adversidades. Pero es lo cierto que a la falta de lluvias se une la mala gestión política con nuestro vecino del Sur, en medio de este panorama desolador de desempleo, de déficit y del cinturón sin más agujeros que apretar. Y si es cierto, y queremos creerlo así, que las medidas de ajuste y la reforma laboral aprobadas por el Gobierno del PP darán sus frutos, no es menos cierto que el día a día, el presente de hoy y de mañana, no permite hacernos ninguna ilusión.
Ni las rogativas para implorar las aguas ni los paños calientes para arreglar la situación del agro andaluz van a resolver gran cosa. Porque por mucho que recemos, el tiempo no está de lluvia y por más que protestemos regando las calles de tomates mientras el puerto de Barbate pasa los meses con sus barcos amarrados, nadie nos va a sacar las castañas del fuego. Y como escribo precisamente en el Día de Andalucía, acaso el más negro desde que así lo instauró el Estatuto de Autonomía hace treinta años, nos queda el derecho al pataleo como en los finales de las pésimas obras de teatro. A los andaluces nos coge muy desanimados en esta interminable estación sin agua y sin fiesta.
(El Correo de Andalucía)
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