Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería
Los almerienses sentimos una irremediable atracción por la confusión y una irresistible seducción por acumular confusiones. El soterramiento es una vía interminable en la que la verdad demostrada se acerca, más que al trabajo conjunto por un gran proyecto, a la contemplación de aquellos trenes de la infancia que llegaban una mañana de enero. El espectáculo era fascinante. Giraban y giraban y giraban siempre sobre los mismos raíles en un viaje a ninguna parte. La estación no era una estructura de plástico; entre sus paredes al viajero imaginario le esperaba la aventura del viaje; detrás del paso de aquellos vagones de hojalata viajaba el atractivo a lo desconocido; los paisajes plastificados de puentes y palmeras con los que salpicábamos las vías eran paisajes soñados a los que llegábamos con sólo el equipaje de la imaginación.
La infancia pasó y el tiempo convirtió aquellos trenes que llegaban puntuales en la madrugada de Reyes en los caballos de hierro del cinematógrafo. El tren siempre ha ido unido al cine. El fotograma que recoge la belleza inconsolable de Claudia Cardinale (Jill en la ficción) perdida en el andén del poblado de Flagstone acompañada sólo por la música (bellísima) de Ennio Morricone en “Hasta que llegó su hora” es un cuadro con derecho a museo. Como también pertenece al museo del cine el fotograma de “Lawrence de Arabia” que describe, bajo la mirada azul de Peter O ‘Toole, el salto por los aires de un tren construido en las dunas de Cabo de Gata.
En los últimos veinte años el soterramiento se ha movido siempre entre el desconcierto de Jill Mc Bai y el sabotaje de Lawrence. El problema es que la película que estamos construyendo, entre todos y sin excepciones, es una mala copia de serie B en la que los personajes están acabando por convertir una obra que debería ser maestra en un libreto de vodevil de actores con papeles intercambiables. Nada es lo que parece y nada parece lo que es.
Esta última semana hemos estrenado un nuevo capítulo de esta comedia de enredo a cuenta de la presentación de los Presupuestos Generales del Estado en los que no se incluye una partida significativa para el proyecto. La noticia no es positiva – todos (y siempre) queremos más-, pero en el recorrido por el acantilado de los recortes lo importante no está en cómo recorreremos el último kilómetro antes de bajarnos del tren, sino en los centenares de kilómetros previos que permitirán la llegada a la estación. En esos kilómetros la inversión prevista para los tramos en construcción en la provincia almeriense es de 134,7 millones de euros y esa es una cantidad interesante, sobre todo si tenemos en cuenta el momento económico que atravesamos.
No nos equivoquemos una vez más: lo importante es que Almería esté conectada con el resto de España por la Alta Velocidad en el menor tiempo posible; donde no se deben admitir dilaciones en el ritmo constructivo de los centenares de kilómetros de vías que nos conectarán de una vez y para siempre con el sistema de comunicación de la modernidad que es en AVE.
Pero esta realidad irrenunciable, inaplazable, no debe, ni puede, ni tiene que eliminar la opción de que el tren llegue soterrado al centro de la ciudad. Cada una de estas dos aspiraciones tiene su ritmo, su tempo. No son excluyentes, son, por el contrario, complementarias.
Cosa distinta es que la realidad acabe imponiendo sus exigencias. Pero ese puente lo cruzaremos cuando lleguemos al río. Ponerse la venda antes de que te hagan la herida no soluciona ningún problema y, en todo caso, incita a que te la hagan.
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