La “costa nostra”

Pablo Requena
Periodista

¡Anda que no da juego la conocida Ley de Costas española! Esa que, muy resumidamente, podríamos definir como “no construir, al menos, a cien metros de distancia del mar”.  Cien metros ampliables a doscientos en según qué casos, aunque se quedan en tan solo veinte si la zona afectada ya estaba declarada como urbanizable antes de la aprobación de la ley, en 1989.

"El hotel La Parra, como la piscina de Pedro J.
en Baleares, está comiéndose el mar" 
Ahora vámonos al máximo exponente de lo que viene siendo “pasarse esta ley por el forro” en nuestra provincia. Se trata del hotel de El Algarrobico, que se construyó gracias al PSOE de Carboneras, al de la Junta de Andalucía e incluso al Gobierno de Zapatero, los mismos que ahora quieren echarlo abajo. Y no son más coherentes en el PP, un partido que siempre se ha mostrado favorable a la apertura pero cuyo ministro de Medio Ambiente dice que no le gusta… Esto de querer contentar a todo el mundo es lo que tiene, linda hipocresía de los políticos.

Son cientos de miles las noticias, reportajes, artículos de opinión y demás tinta corrosiva que se ha derramado ya -y lo que te rondaré, morena- sobre El Algarrobico, y ciertos colectivos ecologistas, como Greenpeace o Salvemos Mojácar, parecen haber usado el polémico hotel como plataforma mediática para tener su minuto diario en el informativo de turno. Nada de esto me parecería mal si ésas mismas organizaciones prestaran la décima parte de atención que prestan al hotel de Azata del Sol a otras agresiones medioambientales iguales o más dañinas aún. Y hay ejemplos a patadas sin salir de nuestra provincia.

En Almería, uno de los más cercanos lo tenemos a medio camino de la capital y Aguadulce. En la playa de El Palmer –más conocida como La Parra- está el hotel Playatropical, que poco tiene que envidiarle al Algarrobico. El hotel de la Parra no está ni a 200, ni a 100 ni a veinte metros del mar, sino que está como la piscina de Pedro J. en Baleares, “comiéndose el mar” y por tanto, a menos de cinco metros de distancia. Les adelanto que el hotel ya ha sido “homologado” ante la ley de Costas, pero claro, el dueño es quien es y su mujer trabaja donde trabaja. Pues oye, yo, que he vivido unos años bien cerquita, jamás he visto a un solo ecologista protestando a las puertas de este mamotreto, ni colosales pancartas que pongan en duda su más que dudosa legalidad. Otro ejemplo cercano lo tenemos yendo a Granada por la costa -sin la autovía A7 y por un camino de cabras africano, por supuesto-, donde baste fijar la mirada para contemplar cómo, en pueblos como Los Yesos o La Mamola hay obras en marcha a menos de veinte metros del mar. Tampoco aquí hay rastro de colectivo ecologista alguno.

Y lo último de todo es el “se dice, se comenta” que el Gobierno de Rajoy tiene pensado reformar la actual legislación costera para hacerla más flexible. Lo que quiero decir con todo esto, y ya acabo, es reafirmarme en una serie de tópicos como “quien hace la ley hace la trampa”, o “la ley del embudo”, porque no creo ser el único que se da cuenta de lo cínicos que son algunos con la cosa nostra, ¡perdón!, nuestra costa.

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