¿Por qué parece que el PP ha perdido las elecciones en Andalucía?

Pepe Fernández
Periodista

Esa empieza a ser la pregunta del millón de dólares en el desconcertante puzzle en el que se ha convertido el escenario político y económico andaluz tras el 25M. Los expertos en sondeos, sociólogos de cabecera de Griñán, como Manolo Pérez Iruela, sostuvieron desde el primer momento la eterna tesis de la Era Arenas: la derecha nunca podrá ganar en Andalucía. No controla las zonas rurales donde el caciquismo de los abuelos "señoritos" hizo más barbaridades que el moderno caciquismo de los "señoritos" de la izquierda y olvida que históricamente el electorado andaluz mayoritariamente vota en posiciones de centro, centro izquierda.

Arenas es un político con experiencia que conoce a la perfección cuáles son los resortes fatídicos que movieron el destino hacia una amarga victoria de tapones contenidos y de pancarta enrollada en el balcón de San Fernando el pasado 25M. Otra cosa es que quiera o pueda exponerlos en público. Sabe, por ejemplo, que su gobierno desde Madrid ha dado miedo a los ciudadanos. Especialmente a aquellos que les votaron masivamente para echar a Zapatero, arreglar la economía y el paro, tal cual prometían. Votos prestados y quizás decepcionados porque “no es eso, no es eso”. Ese voto no era ideológico, no fue ni para cambiar la Ley del Aborto ni para tener contemplaciones con obispos homófonos y provocadores o cadenas perpetuas revisables de quita y pon. No parecen esos 430 mil votantes estar solo desmotivados por los recortes y los ajustes, que se entienden y aceptan a regañadientes. Sino por constatar en caliente la capacidad de unos dirigentes políticos para decir en noviembre blanco y negro en marzo, todo lo contrario y siempre pagando el ciudadano.

La subida de impuestos y la movilización de las clases populares a cuenta de la Reforma Laboral, han sido desde luego los ejes troncales para que Arenas y el PP no lograsen alcanzar la mayoría de 55 escaños en Las Cinco Llagas y poder gobernar en solitario.

Pero no han sido esos, con ser importantes, los únicos factores negativos de una campaña diseñada a partir de grandes mentiras demoscópicas, las que otorgaban diferencias en intención de voto que rozaban hasta los nueve puntos a favor del PP. Al final fue un solo punto, un empate técnico entre el PP- y el PSOE, dicen los expertos en sondeos. La única voz que se ha atrevido tras el 25M a hacer una autocrítica políticamente correcta sobre la campaña del PP, ha sido elevada a las alturas de la Mesa del Parlamento, tras haber sido portavoz Popular en la pasada legislatura. Jaula de oro para la fiera de mi niña, pensarán muchos. Esperanza Oña sostuvo públicamente que a la campaña le había faltado tono, más bien bajo, más dureza en la critica al PSOE e IU.

Fue Antonio Sanz el primero en recoger con media verónica el envite de Oña, recordando que él mismo había estado día sí, día también, denunciando la corrupción de los EeRs e Invercaria durante la campaña. Cierto, así fue, pero lo que quizás no midió el número dos de Arenas al confiar en el desgaste que iba a suponer para el PSOE la corrupción en la campaña, fue mirar para dentro en su partido y marcar distancias con la corrupción propia, irregularidades bajo sospecha y algunos asuntos turbios en las administraciones municipales que controla el PP. A las denuncias populares contra la corrupción les ha faltado la credibilidad suficiente que otorga predicar con el ejemplo. Arenas no puede decirte a los andaluces que lo de Jaume Matas en Baleares era corrupción puntual y que la de los Eres era una corrupción estructural. Matas era el presidente del gobierno, un virrey, y parece que la cosa ya va por Urdangarín. La corrupción no tiene apellidos.


LA POLITICA DE INCOMUNICACIÓN
Arenas sabe también que le ha fallado la política de comunicación, la que le aconsejaron tantos (y desinteresados) amigos. Esos mismos que le susurraron que dejase la silla vacía de los debates en Canal Sur TV, y visto lo visto, se ha revelado como un grave error estratégico y táctico. Al final, solo los que han ganado, IU y PSOE, pudieron vender su mercancía de promesas por la tele pública en forma de bálsamo, ante una ciudadanía ligeramente acollonada por los apocalípticos Montoro y Beteta.

Arenas se instaló en una campaña/campana de cristal en el que se suponía iba a ser su último viaje romántico por la Andalucía que, seguro esta vez, iba a gobernar. Era su último periplo como eterno candidato y, mientras viajaba, calculaba para sus adentros cuantas de aquellas promesas realizadas en sus recorridos podría afrontar. No en vano iba a ganar con la gorra aquellas elecciones y le tocaba tomar decisiones. Lo decían todos los periódicos. Coño, hasta El País vaticinaba tsunami azul hasta Punta Europa, aquella mañana de gran depresión socialista con el sondeo del periódico “amigo”. El experimentado líder se lo acabó creyendo, porque todos los que le aclamaban y ya le otorgaban protocolo de presidente sin serlo- como en Cádiz con La Pepa- se lo decían a diario entre apreturas, “Presidente, Presidente” y con el socorrido “a ver si quedamos” como respuesta.

Imagino cómo tuvieron que ser de largas las últimas jornadas de la campaña para un Javier Arenas que creía que este partido lo iba a ganar sin bajarse del autobús. Craso error. Arenas, no obstante, tras haber perdido tres elecciones tenía la mosca tras la oreja. No lo ocultó en campaña donde llegó a mostrar su preocupación porque todo el pescado no estaba vendido. Pero con el escenario político convertido en un carnaval de mentiras o medias verdades, de nada sirvieron las llamadas de “que viene el lobo” y no se lograba la mayoría para la derecha. Nadie le creyó, ni los cuatrocientos mil de noviembre. En ese carnaval, por cierto, ha resultado bastante esperpéntico y deprimente comprobar los escasos escrúpulos de alguna gente que no ocultaban los destinos que iban a ocupar si ganaba Arenas, tampoco se reprimían al exponer la política a desarrollar desde ese departamento que estaban por llegar, con urnas, Dios mediante.

Por lo demás no sé hasta qué punto ha influido o no que Javier Arenas permanezca con un pie puesto en Madrid, a pesar de que haya dicho por activa y por pasiva que lo suyo es Andalucía. El líder del PP andaluz come con más periodistas madrileños que andaluces. El AVE se ha convertido en una prolongación de su oficina y parece importarle más su imagen en la Villa y Corte que en Sevilla. Quizás no le falte razón a Arenas para elegir esta opción, aquí en Sevilla nos conocemos todos.


EL FACTOR HUMANO
Junto a todas estas circunstancias no cabe la menor duda en la importancia del factor humano y de los equipos que deben rodear al líder. Empieza a ser opinión generalizada en el propio PP que Arenas no está rodeado por los mejores, sino por los más dóciles a la voz de mando. Algunas personas que, en aras de quedar siempre bien con el jefe, suelen ir más allá en las interpretaciones de la realidad. En ocasiones dejando al líder en calzoncillos. Una encuesta rápida para saber quien rodea a quien ha estado a punto de ser presidente de la Junta de Andalucía, nos dirá que salvo Antonio Sanz y Rosario Soto, casi nadie se acuerda de hombres clave como Ricardo Tarno, Mateo Risquez o Isidoro Beneroso, por citar tres nombres cercanos en el día a día a Arenas, cada uno en su parcela.

El líder del PP confiaba en llegar a formar gobierno y al mismo tiempo repartir juego. Hasta ese momento, debió pensar, es bueno que se crean que tengo tres listas de posibles gobiernos. Así todos están contentos y expectantes. Y hasta es posible que se lo creyeran algunos y algunas. Pero el soñado gobierno no pudo ser y he aquí un serio problema que se le presenta a Javier Arenas: con fórceps y sin anestesia tiene que sacar a flote la imagen de su propia alternativa. Dicen que él es el primero que descarta una quinta vez, aunque en seis meses mucho podrían cambiar las cosas. Tomará las riendas del partido nuevamente en el próximo congreso, diseñará un nuevo equipo de su confianza, -de centro, sin seguidores de Intereconomía- y se pondrá el cartel de "disponible" para sentarse en el sillón que Mariano Rajoy le asigne.

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