Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería
He leído con sincero interés mucho de lo publicado durante esta semana sobre los resultados del pasado domingo. En las valoraciones de los políticos he observado mesura, educación y la dosis habitual de sobreactuación que les hace aparecer a todos en escena como vencedores. Entre los análisis periodísticos he encontrado desde los desahogos insultantes de quienes creyéndose ganadores hace semanas han resultado derrotados, hasta los halagos interesados a los vencedores de los recién llegados a un triunfo que no esperaban. Entre esas dos varas extremas del abanico han situado sus análisis los profesionales de la hermandad de la tertulia. El problema de muchos es que su militancia en la cofradía de la columna les obliga a mantenerla en pié para ascender a su cúspide a quien le paga, o a tirarla contra el adversario para justificar el salario de quien le mantiene en nómina. Dos posiciones distintas y un solo criterio verdadero: el partidismo siempre conduce al error.
Alejado de esas dos peligrosas posiciones, los resultados, por su sorpresa, por su no previsibilidad- ninguna encuesta, ninguna, se acercó a realidad-, si merecen la búsqueda de algunas razones que los hagan comprensibles. Vayamos con ellas. Voto ideológico. Si algo quedó claro el domingo es que Andalucía, en las elecciones autonómicas, opta mayoritariamente por el centroizquierda. Es cierto que el centroderecha ha obtenido excelentes resultados con mayorías en las generales y en las municipales, pero en las regionales nunca han conseguido arrebatar a la izquierda el poder. ¿Por qué? ¿Dónde puede estar la causa, una de las causas, que hagan comprensible que el PP se haya dejado en la abstención cuatrocientos cuarenta y tres mil votos desde las generales de noviembre a las autonómicas de marzo?
Una razón podría encontrarse en el posicionamiento ideológico de un porcentaje de los votantes del PP que, situados en una visión más “españolista” de la política, sitúan al gobierno autonómico en una escala inferior y, por tanto, digna de menor interés. El eslogan fraguista de “España, lo único importante” relega, sin pretenderlo (o quizá sí), a los gobiernos autonómicos a la consideración de dioses menores a los que prestar escasa atención. Para ese sector del PP su particular escala de valoración electoral sitúa a las generales en la cúspide, a las municipales en una cima inferior y a las autonómicas en un valle intermedio cercano a la indiferencia y, por tanto, proclive a la abstención. Una abstención que está provocada por esa minusvaloración ideológica; pero no sólo por ella. El desdén permanente sobre “la Junta de Sevilla”, la valoración chusca de todas sus decisiones, la confusión intencionada entre ocurrencias (que las hay) y decisiones importantes (que también las hay y muchas más) y los chistes fáciles, tan habituales entre los articulistas y tertulianos más conservadores, fomentan, sin pretenderlo, esa apatía por las elecciones autonómicas que tan caro le ha costado al PP el 25 M. Han divertido tanto a la parroquia durante cuatro años que el “Día D” no consideraron importante ir a votar. Total si la Junta es una caseta de feria, qué más da quien la monte.
Por el contrario los socialistas, desde que arrebataron a los andalucistas de Rojas Marcos la bandera del nacionalismo andaluz (aunque sólo de forma aparente: El PSOE de Andalucía es más centralista que el madrileño), han cuidado con esmero electoralmente premeditado su imagen de partido andaluz. La imagen es falsa, pero es la que han vendido y la que la mayoría de los andaluces ha comprado. Desde Escuredo hasta Griñán, todas las grandes decisiones- sustitución de aquél por Borbolla; de éste por Chaves; de Chaves por Griñán- se han tomado en Madrid y, sin embargo, el aparato del PSOE ha revestido a la federación andaluza de una pátina nacionalista de la que, en la práctica, siempre ha carecido.
Es evidente que el análisis anterior no explica, por sí solo, las razones del fracaso del PP en su objetivo de alcanzar la mayoría absoluta, pero sí puede aportar una de sus causas, a la que habría que uñadir la exhibición, sincera pero abusiva, de la política de recortes, la reforma laboral, el aumento en el IRPF o la intranquilidad provocada en los funcionarios (un estado dentro del Estado). Al final la tormenta perfecta que el meteosat de todas las encuestas situaba sobre la geografía electoral del PSOE cambió de rumbo en el último minuto y se posicionó sobre un PP que creía que lo había cuidado todo y no era así. Javier Arenas nunca se arrepentirá bastante de haber hecho caso a quien le aconsejó no ir al debate con Griñán. Tampoco nunca contó con el desinterés de quienes más fidelidad esperaba. El PP de Arenas trabajó palmo a palmo el territorio pero nadie tuvo en cuenta que, a veces, el “fuego amigo” provoca más víctimas que el enemigo.
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