Arenas

Luis Pérez
Portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Adra
 
Si algo aprende uno después de dedicar muchos años de su vida a trabajar por lo público es que en política el pasado es un valor que no se cotiza, la paciencia un arma imprescindible y saber manejar los tiempos fundamental para alcanzar, tarde o temprano, el éxito en cualquiera de las múltiples batallas que tendrás que afrontar. Y en este sentido, yo creo que al Sr. Arenas le salían todas las cuentas hace apenas unas pocas semanas. Nos hizo olvidar a todos sus orígenes presentándose como el nuevo paradigma del cambio en Andalucía. Una persona sin pasado que abordaba como un recién llegado la dolorosa tarea de sacarnos a los andaluces del ostracismo y de la postración.
 
Pacientemente, fue perdiendo elección tras elección, sin el menor atisbo de desaliento, solo para ir preparando su victoria final. Y, lógicamente, no pudo equivocarse en la elección de los tiempos porque decidió jugarlos todos para estar en el lugar apropiado cuando el momento lo requiriese. Todas las encuestas adelantaban que la presidencia de la Junta de Andalucía estaba más cerca que nunca y con ella la cuadratura del círculo de las políticas neoliberales en la comunidad que siempre se les había resistido, al Partido Popular y a él mismo. Todo estaba preparado, sin margen de error, para alcanzar el poder, salvo una cosa, la más importante, el arma con el que se defienden los ciudadanos de sus gobernantes, el voto.
 
Y con los votos se le derrumbó el castillo de naipes. Por primera vez obtuvo la mayoría de ellos pero no los suficientes para alcanzar su objetivo. Desde entonces hemos conocido a otro Arenas. Una persona esquiva, con la mirada ida, como despistado, sin ganas de seguir peleando, dedicado únicamente a repetir a los cuatro vientos que sin ganar no se gobierna y que él no gobierna ni ganando. Un líder que no sabe si va o si viene, si debe quedarse o irse como le señalan sus propias compañeras de partido, que desaparece de la escena dejando que sea la institución que representa al gobierno de España en Andalucía quien defienda las posiciones de su partido, que deambula por el parlamento deshojando la margarita sin sentir ya sobre su cogote el aliento de la victoria que tan animado lo había mantenido los últimos meses.
 
Borró su pasado, se armó de paciencia, manejó los tiempos mejor que nadie y hasta la gente, a través de los sondeos, parecía estar de su parte pero no fue suficiente, volvió a suceder lo de siempre porque Andalucía se había convertido en algo más que una comunidad gobernada por el socialismo. De repente, se había transformado en el ejemplo palmario de la democracia, para que la gente sepa lo que es la derecha necesita conocer lo que hace la izquierda y después, elegir en consecuencia.

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