Emilio Ruiz
Para alguien como yo, que tiene cumplidas decenas de años como observador de la vida política, la extravagancia de algunos de nuestros dirigentes, lejos de producirle sorpresa, lo que le produce es una reafirmación en la idea de que las tonterías que éstos pueden hacer no entienden de límites. Siendo esto así, reconozco que desbordó todas mis expectativas la puesta en escena que hizo Diego Asensio el 3 de junio de 2011. Que un dirigente socialista diga que deja el cargo porque no soporta ver cómo su secretario general, presidente de la Junta para más inri, agrede a toda la provincia y sólo mira por sus intereses personales, y a renglón seguido, ni entregue el carné del partido ni nadie se lo pida, eso, digo, es una situación difícil de digerir.
Diego Asensio, con Martín Soler y Antonio Bonilla |
El PSOE siempre ha sido un partido de intensos debates y arraigada disciplina. Pero es verdad que tras la marcha de Felipe y Alfonso se estableció una frontera entre el antes y el después. Hoy, los congresos, comités y asambleas no son órganos de debate. Son congregaciones de cargos públicos, cada uno con sus intereses personales y políticos, que se reúnen para adular al líder del nivel superior y bendecir sus actuaciones por nefastas que sean. El poco debate que queda se ha trasladado a los medios públicos y redes sociales.
Sólo entendiendo así al PSOE se puede comprender que aquel esperpento de Diego Asensio terminara sin consecuencia alguna. Abrir ahora, de forma tan extemporánea, aquel expediente es querer corregir con un error lo que ya fue un enorme error. Alguien puede creer, y con razón, que tras una decisión así lo que se esconde es la pretensión de establecer una barrera infranqueable a quienes osen elaborar propuestas alternativas. Pues si no es así, dejemos las cosas como están.
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