Francisco Galván
Escritor
"Al alba y con viento duro de levante... (risas)...". ¿Risas? ¿Solo risas? No, la monumental carcajada "fue digna del Club de la Comedia ". Lo cuenta Federico Utrera en su libro Los leones del Congreso (La esfera de los libros), en el que recoge anécdotas, curiosidades, peleas, vicios y amores de los parlamentarios que en su mayoría son desconocidos para el gran público.
Sin embargo, uno de los incidentes más divulgados de la vida parlamentaria, como fue la soflama militarista que se largó Federico Trillo, a la sazón ministro de Defensa, para justificar la gloriosa gesta hispánica de la isla de Perejil, triunfando sobre media docena de gendarmes marroquíes y una cabra (de incierta nacionalidad) fue debidamente censurado. Como lo leen. La carcajada y el pitorreo que provocó Trillo en el Congreso con sus ínfulas patrioteras fue de tal calibre que en la Cámara optaron por vetarlo. ¿Qué hubieran pensado las autoridades marroquíes al conocer que el Parlamento español se descojonaba de aquel incidente político-militar?, se pregunta el tocayo del ministro y autor del libro. Se optó por censurar las carcajadas, así de simple. No verán ustedes ningún vídeo por internet en el que aparezcan los diputados descojonándose de risa. Ni siquiera en el programa del Gran Wyoming. Si morían de risa hasta los diputados del PP. ¡Manda huevos! y ¡Viva Honduras!
Dice Utrera que los políticos tienen los mismos vicios y virtudes que el resto de la gente, y debe tener razón porque el autor del libro ha sido corresponsal parlamentario durante veinte años. Y esa experiencia, de la que en parte he sido testigo directo, la recoge en el libro. Es decir, que como suele decir Fede, trata de sexo, drogas y rock and roll.
Nos cuenta los líos de faldas de los parlamentarios, nos explica las genealogías que han copado las Cámaras en los treinta últimos años, las coplillas (o sonetos, la mayoría malos) que los diputados escriben en sus escaños, los vicios privados y hasta los deportes que practican. Todo ello con un lenguaje elegante y culto sin olvidar las citas de los grandes de la crónica parlamentaria, como Luis Carandell, Ramón Gómez de la Serna, Víctor Márquez Reviriego o incluso Benito Pérez Galdós.
Nos cuenta los líos de faldas de los parlamentarios, nos explica las genealogías que han copado las Cámaras en los treinta últimos años, las coplillas (o sonetos, la mayoría malos) que los diputados escriben en sus escaños, los vicios privados y hasta los deportes que practican. Todo ello con un lenguaje elegante y culto sin olvidar las citas de los grandes de la crónica parlamentaria, como Luis Carandell, Ramón Gómez de la Serna, Víctor Márquez Reviriego o incluso Benito Pérez Galdós.
En el capítulo de las tendencias sexuales de sus señorías, Utrera nos cuenta el caso de José Borrell, sobre quien corrió el bulo de que era homosexual. Incluso se llegó a murmurar que era amante, al mismo tiempo, del torero Ortega Cano y del bailaor Antonio Canales. El político socialista podía con todo. Tan fuerte emitió Radio Macuto que la onda llegó a los oídos del interesado y en un Consejo de Ministros en el que se debatió la concesión de la Cruz de las Bellas Artes a Rocío Jurado, Borrell dijo que apoyaba la concesión del galardón "aunque Rocío me ha quitado el novio".
Interesante también es el capítulo dedicado a lo que escriben los políticos, en el que merece mención especial el libro de José María Aznar Ocho años de gobierno. Le imputa una "reiteración imperdonable" en la redacción y de incoherencia en el discurso. Más adelante dice Utrera que Aznar sostuvo a Zapatero cuando se hizo con las riendas del PSOE, sin duda porque lo consideraba un bambi asequible a sus dentelladas lobunas. Se equivocó y nunca aceptó la derrota del 2004. Acusó al PSOE de violar la ley electoral en la jornada de reflexión.
Federico Utrera |
Conocí a Federico hace muchos años, cuando coincidimos en el Congreso como cronistas parlamentarios. Compartimos muchas cosas, entre ellas la puesta en marcha de la Asociación de Periodistas Parlamentarios(APP), y la llegada a mis manos del libro me ha despertado muchos recuerdos que tenía archivados en la trastienda de la memoria. Uno de ellos precisamente es el nacimiento de la APP , de cuya primera directiva formamos parte ambos bajo la dirección del inefable Luis Carlos Ramírez. Tan familiar era la APP cuando echó andar que el primer logotipo lo diseñé yo. Bien es cierto que en mi boceto original figuraba también el diputado canario Luis Mardones, omnipresente y obicuo como ningún otro y por ello el mejor emblema para cualquier cosa que tenga que ver con el Parlamento. Pero los compañeros me censuraron esa parte del logo.
Un capítulo importante del libro recoge en buena medida las anécdotas que se producían (y se producen) en las cenas de fin de año que la APP organizaba para premiar a los diputados que se han distinguido durante el curso, ya fuera por su oratoria, por su acidez hacia el gobierno, por sus buenas relaciones con la prensa o por no haber abierto la boca ni para estornudar.
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