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Volver a ver los barcos venir


Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Desconozco a quién entre sus elegidos preferirá Susana Díaz -de su consejería es la competencia- al frente del Puerto de Almería, pero, desde ese desconocimiento, me atrevería a sugerirle al elegido alguna idea por si tuviera el valor y la capacidad de ponerla en práctica. El objetivo no es otro que el de buscar el reencuentro del puerto con la ciudad. Si algo hay que una a los almerienses es la convicción de que el entorno portuario cerró sus puertas a los ciudadanos hace años convirtiendo los muelles y sus entornos en un fortín aislado por una valla y con la inevitable tendencia al olvido de aquellos espacios no transitados por quienes viven extramuros.

Optar por un puerto de pasajeros basado fundamentalmente en las operaciones del Paso del Estrecho exigía y exige unas condiciones de funcionamiento y seguridad tan concretas como inevitables. La estampa bucólica de los paseos en los atardeceres cálidos de los domingos entre el olor y el sonido del mar es un sentimiento irrecuperable para la memoria colectiva. El desarrollo y los centenares de miles de viajeros que embarcan en sus muelles ocupan un espacio en el que ya sólo encuentra acomodo la melancolía por lo perdido. El reloj del tiempo acaba modificando aquellos paisajes en los que un día fuimos felices. Ayer nunca puede ser hoy. Lo que no está escrito es que el mañana no pueda semejarse al ayer.

Desde ese concepto es sobre el que habría que reflexionar (en este y en tantos temas), en un intento, razonado y razonable, de recuperar para el futuro lo que perdimos en el ayer. Puede parecer una locura -o no-, pero ¿no sería beneficioso para los ciudadanos, para la ciudad y para el puerto acomodar el inutilizado muelle de poniente para su conversión en terminal de pasajeros y mercancías? ¿Es una decisión quimérica o una oportunidad estratégica trasladar las actuales instalaciones móviles a aquel lugar liberando el que ahora ocupan? Si así se hiciera, el muelle infrautilizado rentabilizaría una inversión hasta ahora dormida; los pasajeros no verían perturbada su comodidad de embarque o desembarque; el puerto mantendría (o mejoraría) los mismos niveles en la prestación de servicios: la ciudad volvería a mirar al mar y los almerienses recuperarían un espacio perdido que volvería a dar mañana lo que ya no da hoy pero nos dio ayer. Pero es que, a la vez, el espacio actual, una vez liberado, podría convertirse  en un espléndido puerto deportivo enfocado al ocio colectivo, al deporte náutico y al turismo de calidad.

Líbreme el dios de los ingenieros y los arquitectos despeñarme por las valoraciones económicas de tan estratégico cambio, pero las ciudades hay que soñarlas y los sueños, a veces, se convierten en realidad. Sobre todo cuando se asientan en diseños realizables y en aspiraciones compartidas. Si es beneficioso -para todos- lo planteado y tan equilibrado su coste en función de los beneficios que pueda reportar, ¿por qué no reflexionar sobre ello? El futuro no está escrito y el acto previo que mueve la mano de quien lo escribe está en el cerebro y, sobre todo, en el corazón. Si queremos, podemos. Pero para querer hay que asumir antes la convicción de que la actual estructura portuaria no es una condena a perpetuidad.

Si algo hemos aprendido los almerienses es que la historia se puede cambiar. ¿O no han sido los últimos cuarenta años una ruptura con un determinismo histórico que nos condenaba a ser productores de esparto, exportadores de emigrantes, demandantes insaciados de agua y, al cabo, pobres entre los pobres? Si fuimos capaces de romper con tantas maldiciones bíblicas, qué nos impide volver a ver lo que vimos. Nada. Sólo nuestra apatía. Y esa tendencia tan árabe, tan nuestra durante tanto tiempo, de no poner altas las aspiraciones para no tener que hacer mucho esfuerzo en conseguirlas. 

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