Cinco Días
La demolición pendiente del macrohotel de 21 plantas que la promotora Azata del Sol comenzó a construir en pleno Parque Natural de Cabo de Gata en 2003, y que abandonó en 2006 por múltiples denuncias debido a su impacto ambiental, puede enfocarse de dos formas. La primera es la de siempre, el derribo y la retirada de escombros que suelen terminar en un vertedero, por un coste de 8,5 millones de euros, según el presupuesto calculado por la Junta de Andalucía.
La otra es la que propone el estudio Nundo, un colectivo de arquitectos que plantea la demolición selectiva de esta mole blanca aún encasquillada en el fuego cruzado entre el Gobierno andaluz, el Tribunal Supremo de Justicia de Andalucía, la promotora que se vio obligada a parar las obras, los vecinos de la zona y el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.
Su idea, que presentó este mes bajo el paraguas de la organización Greenpeace, es más bien un desmantelamiento y no una demolición, lo que "reduciría los costes hasta un 11% y reciclaría el 98% del material", según Nundo. Este colectivo sostiene que un enfoque integral de la demolición del Algarrobico costaría 7,3 millones de euros, uno menos que el presupuesto del Gobierno andaluz, que Nundo ha calculado en base a los planos del hotel, a los que ha tenido acceso.
La principal novedad de esta forma de atajar la demolición de un edificio es que la playa y el hotel, que se construyó hasta en un 85%, se convertirían en una especie de "centro de pruebas de I+D para muchas empresas del sector", explica Alejandro del Castillo, arquitecto especialista en medio ambiente e integrante de este colectivo. Su idea es transformar el Algarrobico durante 24 meses en un laboratorio donde probar y aprender cómo se comporta un edificio ante un terremoto, la gestión de residuos, la recuperación de un entorno natural como el cabo de Gata y la creación de un turismo alternativo al modelo de sol y playa. Al final del proceso, "se modificaría la imagen del Algarrobico, hoy en día ejemplo de ilegalidad y mala práctica, convirtiéndose en un proyecto de referencia que propone un modelo replicable y sostenible", defiende el informe.
La demolición selectiva es una práctica conocida en Cantabria y en el País Vasco, las dos regiones más avanzadas en la materia. Pero en el resto de España ni siquiera es una alternativa para los 30 millones de escombros de obra que se generan cada año, más que los residuos sólidos urbanos. La ventaja de este enfoque es "el máximo aprovechamiento de los materiales del residuo de demolición, minimizando la fracción destinada al vertedero". Nundo estima que de esta forma se podría reciclar el hormigón del hotel, que supone entre el 75% y el 95% de los materiales que suelen servir para la construcción de una obra civil. Los empleados de una sola empresa se sustituirían por trabajadores locales en áreas muy diversas, dando empleo a 380 personas, "la mayoría del sector de la construcción".
Los arquitectos de Nundo se han apoyado en demoliciones anteriores en la costa española, como la del Club Med, la empresa de vacaciones que en 1962 levantó una serie de casitas blancas de 20 metros cuadrados en el cabo de Creus. La compañía francesa, referente del turismo residencial en los años sesenta, hizo y deshizo hasta 1998, cuando la zona pasó a ser protegida. Ante la amenaza de demolición, la compañía vendió al Estado esta ciudad de vacaciones en 2005 por 4,5 millones de euros. A ese presupuesto hubo que añadir tres millones para derruir las casas y otros cuatro que invirtió la Generalitat en recuperar el entorno.
En octubre de 2010, la imagen del cabo de Creus recuperó su aspecto de zona virgen. Todavía hoy es la mayor demolición de un establecimiento en la costa española ordenada por el Ministerio de Medio Ambiente. El hotel Atlanterra, en Zahara de los Atunes (Cádiz), corrió la misma suerte.
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