Mar Verdejo Coto
Ingeniero Paisajista
Según datos del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) 10.000 jóvenes españolas se quedan embarazadas al año. Una de cada dos aborta. Otras deciden tenerlo antes de los 20 años. Algunas, el aborto ni se lo plantean. El informe también dice que nacer en una comunidad autónoma como Andalucía, con un índice de estudios superiores bajo, una renta per cápita exigua y una escasa participación de las mujeres en el mercado laboral aumenta la posibilidad de convertirse en madre adolescente. En el último trimestre, estos embarazos han aumentado de manera alarmante. Son niñas que pasan de jugar con muñecas a hacerlo con bebés de verdad. Se quedan sin juventud. No tienen proyectos de vida o, si los tienen, son complicados. Quieren ser mayores ya, tener un novio que las quiera y las abrace. Viven en un mundo de carencias afectivas. Algunas sólo ven el futuro inmediato tirando de un carrito y meciendo a un bebé entre los brazos, y así su status social y afectivo pasa a ser un trato más respetuoso en las familias. No les dibujamos un futuro con formación, con una línea de esperanza en la que sean mujeres independientes y formadas.
Ahora, que parecía que la educación sexual de nuestros jóvenes era más fluida, podemos observar, por ejemplo, que los anuncios de preservativos ya sólo se enfocan a dar más placer y no a prevenir embarazos o enfermedades de transmisión sexual como el VIH. Entre 30.000 y 40.000 personas en España no saben que lo tienen. El 40 por ciento de los jóvenes practica el sexo sin protección. Se ha perdido el miedo a contraer enfermedades. Los chicos, además, se desentienden de todo esto: ni quieren usar métodos anticonceptivos, y ni hablar del condón. Siguen haciendo su vida con el embarazo y después de él, y ellas en cambio se quedan solas, dejan los estudios, casi ninguna los retoma.
Y ahora, el Gobierno anuncia la reforma de la Ley orgánica 2/2010, sobre salud sexual, donde entre otras cosas se vulnerará el derecho de las mujeres, e incluso discriminándonos. Los culpables de todo esto somos todos. La educación debe de partir desde todos los agentes sociales: la familia, el colegio, los colectivos sociales y la administración. Hay que revisar el roll de la mujer en las familias, y también entre los adolescentes, porque se da una alta tasa de cultura machista. Tendremos que habituarnos a verlas en el instituto, a que se lleven la tarea a casa, a programar sus estudios con más implicación docente, e incluso hacer grupos de madres para que hablen, y que la propia comunidad las apoye. Hay que plantear la educación sexual no sólo desde el punto de vista biológico, sino desde el cariño y el afecto, haciendo hincapié en querer y cuidar el cuerpo. Y lo más importante, ayudarlas a tener un proyecto de vida, porque si no, con muchas probabilidades para ellas y sus hijos, la marginalidad les afectará más en la sociedad que estamos dibujando para ellas.
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