Periodista
José Ortiz Bernal es historia en la Unión Deportiva Almería. En realidad, ya lo era desde el ascenso a Primera División, emulando la hazaña del mítico Juan Rojas. Dos símbolos almerienses para las dos grandes etapas del fútbol en nuestra provincia. Rojas colgó las botas con 31 años. El banquillo en el que se sentaba cada jornada junto a Maguregui en su última temporada apagó su ilusión. La de Ortiz se mantiene viva a punto de cumplir los 35. El banquillo también ha sido su condena durante el último lustro. Me he preguntado muchas veces por qué Emery no le dio la oportunidad de ser titular, igual que a la base del equipo que logró el ascenso. Ortiz hizo números para merecer ese puesto pero en raras y contadas ocasiones saltó al campo con el brazalete de capitán. Jamás le hemos escuchado cuestionar los motivos de esa decisión y si él no ha desvelado un episodio que podría explicar el cambio de actitud del entrenador, no seré yo quien lo haga.
Sí debo repetir una vez más que su ostracismo ha sido una injusticia. Recuerdo el gol al Xerez, hace dos años, tan especial por ser el primero en la Liga de las Estrellas y por la emocionada dedicatoria a su madre. ¿Qué pasó en el siguiente partido? Lo de siempre, ni un minuto. Esa fue la recompensa de Lillo por salvar su debut. Es como si los diferentes técnicos se sintieran cómodos sin la presión de tener al ídolo de la afición en el campo. Me cuesta imaginar un trato similar a jugadores con la trayectoria de Jose en otros equipos. Pues en Almería lo hemos permitido, a pesar de la petición incansable de la grada. Y sólo cuando Esteban se ha visto obligado a tirar del olvidado Ortiz, muchos han descubierto que El Cid estaba vivo y podía rendir como cualquiera de sus compañeros. Tampoco ese buen final le ha servido de nada. El club tenía decidida su marcha. Ni siquiera se esperó al nuevo entrenador para conocer su informe. Entonces, ¿por qué no se lo comunicaron antes? Eso le habría permitido despedirse en el césped, no en una sala de prensa.
Y cuando se marcha un símbolo, el gran capitán, un futbolista con 15 años de antigüedad en el club, a su lado debe estar la cabeza visible de la entidad, el presidente. Es una señal de respeto y gratitud obligada. Alfonso García Sánchez supo despedir a Juan Rojas con todos los honores, partido homenaje incluido, antes de darle la secretaría técnica. Su tocayo Alfonso García Gabarrón no estuvo en el adiós de Ortiz, delegando ese papel en el consejero Bonillo. Fue un adiós cargado de sentimientos y libre de reproches, arropado por su familia y con un hermoso tributo a la memoria de María Elena Bernal: “Si mi madre, en el momento más duro de su vida, aceptó la muerte, ¿no voy a aceptar yo que me voy del Almería?“. Admirable. La trascendencia del acto sí la entendieron, faltaría más, los dirigentes almerienses que han visto subir a Jose cada peldaño hasta la élite: Manolo García (un cuarto de siglo en rojo y blanco), Luis Guillén, Jesús Verdejo, Onofre Díaz...
¿Y el presidente? Su aportación al fútbol de Almería es innegable por encima de sus errores pero el cometido con el capitán resulta inexplicable. Debería haberle comunicado personalmente la decisión de no ofrecerle la renovación y se entiende aún menos que ni le haya llamado para darle las gracias y desearle suerte. El número es el mismo al que llamaban para pedir que prestara su imagen a la campaña de abonados, que visitara a las peñas o que llevase esperanza a los niños ingresados en el hospital. La grandeza de un club se mide por sus gestos y hay que saber estar a la altura de un mito como José Ortiz Bernal, cuya profesionalidad y categoría humana ha sido ejemplar en los buenos y en los malos tiempos. Le echaremos de menos. Hasta siempre, capitán.
Sí debo repetir una vez más que su ostracismo ha sido una injusticia. Recuerdo el gol al Xerez, hace dos años, tan especial por ser el primero en la Liga de las Estrellas y por la emocionada dedicatoria a su madre. ¿Qué pasó en el siguiente partido? Lo de siempre, ni un minuto. Esa fue la recompensa de Lillo por salvar su debut. Es como si los diferentes técnicos se sintieran cómodos sin la presión de tener al ídolo de la afición en el campo. Me cuesta imaginar un trato similar a jugadores con la trayectoria de Jose en otros equipos. Pues en Almería lo hemos permitido, a pesar de la petición incansable de la grada. Y sólo cuando Esteban se ha visto obligado a tirar del olvidado Ortiz, muchos han descubierto que El Cid estaba vivo y podía rendir como cualquiera de sus compañeros. Tampoco ese buen final le ha servido de nada. El club tenía decidida su marcha. Ni siquiera se esperó al nuevo entrenador para conocer su informe. Entonces, ¿por qué no se lo comunicaron antes? Eso le habría permitido despedirse en el césped, no en una sala de prensa.
Y cuando se marcha un símbolo, el gran capitán, un futbolista con 15 años de antigüedad en el club, a su lado debe estar la cabeza visible de la entidad, el presidente. Es una señal de respeto y gratitud obligada. Alfonso García Sánchez supo despedir a Juan Rojas con todos los honores, partido homenaje incluido, antes de darle la secretaría técnica. Su tocayo Alfonso García Gabarrón no estuvo en el adiós de Ortiz, delegando ese papel en el consejero Bonillo. Fue un adiós cargado de sentimientos y libre de reproches, arropado por su familia y con un hermoso tributo a la memoria de María Elena Bernal: “Si mi madre, en el momento más duro de su vida, aceptó la muerte, ¿no voy a aceptar yo que me voy del Almería?“. Admirable. La trascendencia del acto sí la entendieron, faltaría más, los dirigentes almerienses que han visto subir a Jose cada peldaño hasta la élite: Manolo García (un cuarto de siglo en rojo y blanco), Luis Guillén, Jesús Verdejo, Onofre Díaz...
¿Y el presidente? Su aportación al fútbol de Almería es innegable por encima de sus errores pero el cometido con el capitán resulta inexplicable. Debería haberle comunicado personalmente la decisión de no ofrecerle la renovación y se entiende aún menos que ni le haya llamado para darle las gracias y desearle suerte. El número es el mismo al que llamaban para pedir que prestara su imagen a la campaña de abonados, que visitara a las peñas o que llevase esperanza a los niños ingresados en el hospital. La grandeza de un club se mide por sus gestos y hay que saber estar a la altura de un mito como José Ortiz Bernal, cuya profesionalidad y categoría humana ha sido ejemplar en los buenos y en los malos tiempos. Le echaremos de menos. Hasta siempre, capitán.
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