Emilio Ruiz
José Antonio Griñán, el recientemente reelegido presidente de
la Junta de Andalucía, y el sábado también reelegido secretario general del PSOE de Andalucía, tiene por delante una ardua tarea que abarca tanto a su responsabilidad en el partido como a su responsabilidad en el Gobierno. Seis cometidos le esperan: El primero, ver cómo se las apaña para recuperar a los 650.000 andaluces que confiaron en Chaves en las anteriores elecciones autonómicas y no han confiado en él en éstas; el segundo, ver cómo incardinar los distintos intereses provinciales en las acciones de su gobierno, aspecto que abarca tanto a medidas concretas como a representatividad en el Consejo de Gobierno (la herida almeriense por su ausencia en gobierno andaluz posiblemente nunca se cierre); el tercero, cómo integrar en el proyecto que lidera al tercio de militantes que han manifestado de forma evidente que no comparten su forma de dirigir el partido; la cuarta, cómo conjugar una política de prevalencia de derechos sociales con una paupérrima situación económica, un paro insoportable y unos indicadores alarmantes de decrecimiento económico; la quinta, cómo conservar la lealtad de un socio que se siente más cómodo en las barricadas que en el ejercicio de la acción gubernamental, sobre todo en una época, como ésta, en la que el margen para gestos a la galería ha quedado reducido a la mínima expresión, y la sexta, ver cómo va a lidiar ese miura de los “eres”, que le viene tanto por la derecha (Alaya) como por la izquierda (comisión de investigación).
Para enfrentarse a éstos y a otros muchos retos que no es preciso enumerar lo idóneo hubiera sido que de El Toyo saliera un partido fuerte, cohesionado, con amplio respaldo y sin disensiones territoriales. No ha sido así, y por voluntad propia. Ha dicho el reelegido secretario general que “si no me quieren a mí, ¿por qué van a estar en mi ejecutiva?”.
Griñán tiene una larga experiencia como gestor público. Ha sido ministro y consejero, además de presidente de la Junta de Andalucía. Como gestor orgánico, de responsabilidad en el partido, nada de nada. Es un caso peculiar: ha llegado a secretario general regional del PSOE sin haber pasado siquiera por una vocalía de una agrupación municipal. Y no es lo mismo una función que la otra. En una hay que ser un buen ejecutivo; en la otra, además de buen ejecutivo, hay que demostrar ciertas dotes de
equilibrista.
Volviendo a su afirmación anterior, tal vez lo primero que habría que haberle recordado a Griñán es que ésta que ha salido elegida, más que su ejecutiva, es la ejecutiva de los socialistas andaluces. Parece lo mismo, pero no lo es.
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