Javier Salvador
Periodista de Teleprensa
Los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos. Hombres de luz que a los hombres, alma de hombres les dimos. ¡Andaluces, levantaos! ¡Pedid tierra y libertad! Sea por Andalucía libre, España y la humanidad.
Y no, no se me ha ido la pinza ni el sol me ha dado de plano en mi cada vez más ostentosa calva. Se trata sólo de la mitad del himno de Andalucía y no de un llamamiento de Sánchez Gordillo o el Sindicato Andaluz de Trabajadores para que secundemos lo que ya empieza a conocerse como la revolución andaluza.
Sánchez Gordillo, en la ocupación de una finca |
Nada es casualidad -y quizás así debería titular este artículo-, pero dado el amodorramiento generalizado que tenemos, y pongamos como excusa las sucesivas olas de calor del mes de agosto, creo que toca dar un par de golpes encima de la mesa para que nos pongamos las pilas y, sencillamente, cantar el himno de Andalucía creyendo en su mensaje.
Quedan sólo unos días para que termine el mes de agosto, pero ni se pueden imaginar los sindicatos mayoritarios como UGT, CC.OO o CSIF, lo que han perdido de credibilidad en estas pocas semanas de sus vacaciones, pues mientras ellos estaban diseñando las acciones protesta que iniciarán en septiembre, otros le han puesto un par de cojones a la crisis y se han tirado a la carretera sin importarle los cuarenta y tantos grados que han tenido que soportar. Y sencillamente lo hicieron porque ya no ven más salida que lanzarse a la calle a reivindicar.
No entraré a valorar si lo que hace Sánchez Gordillo está bien o mal, pero entenderle le entiendo a la perfección y para mi, a día de hoy, es de las pocas personas que tiene derecho a cantar esas estrofas del himno de Andalucía con las que muchos políticos se llenan la boca en los actos oficiales. Puede que, sólo puede, que no esté conforme con algunas acciones llevadas a cabo, pero no van a arruinar a ninguna gran superficie y, por encima de todo, tenemos que ver una cosa muy sencilla: esa movilización es lo más auténtico que hemos visto por nuestras calles en muchos años.
Pero en el fondo de esta cuestión no están los mercadonas o las oficinas de cajas de ahorro, sino decisiones como si estamos dispuestos a aceptar una nueva nobleza llamada clase política que, además, se permita dar como ejemplo a familias en las que entran mensualmente 8.000 euros. Que manda cojones, porque no todos son vicepresientes del Gobierno y por ende le colocan al marido en Telefónica. No todos son alcaldes y por lo tanto pueden colocar a sus esposas de asesoras, ni todos son presidentes de diputación y pueden poner a las propias como pantallas para turbias operaciones de compra de terrenos. No.
No, por lo menos, mientras existan más de cinco millones de parados en este país y se estén revocando de manera encubierta derechos que ya se daban por consolidados.
Está claro que debemos encontrar un punto de unión con la clase política para entre todos salir adelante, pero la pregunta es si ese entendimiento es posible con quienes no quieren escuchar, con aquellos que hicieron lo contrario a lo prometido para llegar al poder.
España puede estar a punto del rescate financiero, es cierto, pero antes de ello son los españoles quienes tienen que acudir al rescate de sus instituciones volviendo a confiar en ellas y quizás, sólo quizás, el único camino para que ese milagro pueda producirse sea el de unas elecciones generales en las que elegir con todas las cartas encima de la mesa, y nada de ases en la manga como hasta ahora.
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