Teleprensa
Editorial
Ha comenzado la Feria. Una feria que ni de sombra se parece a la de otros tiempos, más animada y con casetas marcando el poderío de empresas, partidos, sindicatos e incluso organizaciones sociales. Enraizada en la gente, partícipe de una fiesta en la que se dejaba llevar.
Este año, ya desde hace varios en realidad, apenas hay casetas. Casi se cuentan con los dedos de las manos frente a ese medio centenar de apenas unos lustros y desde luego ninguna que quiera expresar su poderío. Eso sí es herencia de la crisis, sin duda. Pero hay otros elementos que empobrecen de manera singular una feria que desde luego difícilmente puede considerarse reclamo para el turismo. Las anchas avenidas que ofrece el nuevo recinto ferial no hacen sino difuminar aún más el poco ambiente cuando no remarcar el estado de feriantes, jugando con pasatiempos para matar el rato en horas casi punta.
La Feria de Almería pierde identidad. De tanto querer abarcar espacio para que 'todos' sientan el ambiente festivo, no ha hecho sino perderse. Poco atractiva, cara e incómoda, por sus avenidas apenas discurren singulares personajes, algunos hasta esperpénticos, que tampoco terminan de ofrecer una imagen de la ciudad en fiestas. Es verdad que la crisis ni invita ni ayuda a salir de fiesta. Pero también es cierto que no se ha hecho una apuesta porque estos momentos sean un kit kat que permitan recargar pilas, también y especialmente a los que llevan desde hace tiempo la pesada carga de estar en el paro. De cualquier manera y tal y como se proyecta la fiesta, nada hace augurar que ésta va a mejorar cuando la crisis quede aparcada.
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