Javier Salvador
Periodista / Teleprensa
Nos han dado tanas leches, y muchas de ellas merecidas, que al final, cuando decididamente hemos tocado fondo como profesionales y como medios de comunicación, podemos ver realmente la luz al final del camino.
Creo que la crisis se ha cebado con pocos sectores profesionales igual que con los periodistas, y todo porque en los últimos años las tres grandes fuentes de ingresos de los medios de comunicación eran administraciones, bancos y empresas del mundo de la construcción.
Las administraciones querían fotos, muchas fotos de sus políticos aunque el texto fuese una chorrada. Los bancos sencillamente colaboraban a cambio de que a ellos ni tocarles y las empresas constructoras, además, para mostrar su ego, porque hace años la publicidad no se ponía para vender pisos, sino para enseñar quién la tenía más gorda (la publicad, claro está) y para poder llamar a los directores y decirles eso de “no le toques los cojones a ese o aquel concejal, que es amigo mío”.
Al caer las empresas de la construcción, las administraciones fueron el valor refugio por ser las únicas que seguían contando con fondos para publicidad, pero muchas de ellas, y mayoritariamente de derechas, pusieron condiciones casi inasumibles que, finalmente, se asumieron porque no había otro lugar del que rascar. Y sí, en esta profesión somos muy dignos y nunca lo reconoceremos, pero hemos aceptado verdaderas barbaridades, como que un jefecillo de prensa de un alcalde corrija en su despacho el cuadernillo de un periódico antes de enviarlo a rotativa. Dicho esto, que cualquier empresario me diga en la cara que es capaz de meterle el dedo en el ojo a uno de sus mejores clientes o que iba a permitir que uno de sus empleados lo hiciese en defensa de los derechos y libertades constitucionalmente reconocidas al ciudadano español. Ni de coña, porque al cliente no se le mete el dedo en el ojo.
Y sí, los medios de comunicación nos convertimos en empresas normales, con casi sus mismos valores, olvidando precisamente eso, que un periódico no es una empresa al uso y que un periodista no es un trabajador normal porque, sencillamente, tenemos otros muchos más valores a los que nos debemos o nos deberíamos deber.
Pues bien, ahora que todo eso ha caído. Ahora que en las redacciones no quedan apenas periodistas y que todos, absolutamente todos, hemos tenido que asumir esta realidad, podemos decir eso de que no hay mal que por bien no venga, porque ahora sí que es verdad que no hay excusa para hacer lo que sabemos hacer, que no es otra que periodismo.
Y lo bueno de esta pésima situación es que todo periodista que quiera escribir puede hacerlo hasta desde su perfil social, otra cosa es que te puedas ganar la vida con ello desde el primer momento, pero hoy día, cuando creemos que esta profesión está en sus horas más bajas, es cuando realmente puede recuperar toda su fuerza.
Ahora toca hacer periodismo, demostrar quién eres y lo que eres capaz de hacer, porque si eres bueno haciéndolo alguien llamará a tu puerta para que hagas eso pero en su equipo.
Es el momento de poner las cartas sobre la mesa. De contar las cosas, de no callar nada, y si alguien sabe que un alcalde y su mujer salieron el día 27, por ejemplo, de su casa en coche oficial a las 7,15 camino del aeropuerto para viajar hacia Budapest o a Moscú, es el momento de investigar, contar y decir las cosas para que la gente sepa que los periodistas vuelven a contar más cosas de las que callan.
Sólo así, y lo creo firmemente, se recupera la confianza, a los lectores, la credibilidad y, lo crean o no, hasta la publicidad o los mecenazgos que puedan sostener a los medios de comunicación.
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