José Fernández
Periodista
El tostón que están dando los sedicentes antitaurinos después de la emisión de una corrida en TVE después de varios años de censura, vuelve a evidenciar que por regla general, los que más hablan de libertad, de modernidad y de progreso son unos consumados farsantes. Mucho hablar de respeto y tolerancia, pero luego no tienen el más mínimo regomello ético a la hora de prohibir cosas a los demás. Y como a ellas y ellos no les gustan los toros, han decidido que este tradicional punto de encuentro para miles de aficionados ha de ser de ser prohibido, censurado y borrado de los medios de comunicación, todo ello al calor de entrañables proclamas zoológicas y melodramáticas imposturas sobre vísceras y sangre.
¿Y al que le gusten los toros? Pues que se fastidie, porque ellas y ellos se consideran dotados y dotadas de una superioridad moral lo suficientemente incontestable como para poder decidir qué es lo conveniente o lo inconveniente y lo visible o lo invisible. No tengo espacio para abordar la dimensión cultural, artística, económica o social de la Fiesta. Me limitaré a poner en suerte el tema hablando del tema favorito de estos comediantes: las libertades. Si los aficionados taurinos quisieran obligar a presenciar estos espectáculos a los que no lo son o no sienten el más mínimo interés, habrían sido tildados justamente de lunáticos con propensiones fascistoides. Pero aquí ha sido justamente al revés: son los que no desean ir a los toros los que quieren obligar a los que sí quieren ir a que no vayan. Y no por convicción o por cambio de criterio, sino por la pura fuerza de la prohibición. Y eso sí que es casposo y sangrante.
Si tanto seguimiento tienen ¿por qué no pagan las televisiones privadas por retransmitirlas? Sólo había una vía satélite y ya no se ven ni los anuncios, que además se limitaban a una o dos ferias.
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