Edita: Fidio (Foro Indalo de Debate, Ideas y Opinión / Twitter: @opinionalmeria / Mail: laopiniondealmeria@gmail.com

Almería, entre Granada, Málaga y Murcia


Pedro M. de la Cruz 
Director de La Voz de Almería 

La relación de las provincias cercanas con Almería ha estado marcada, desde siempre, por más sombras que luces. Nunca ha sido una relación entre territorios con voluntad de cooperación, sino entre geografías mal avenidas. Granada, Murcia o Málaga nunca nos han contemplado desde una posición de afecto. Para las tres hemos sido la pariente pobre a la que sólo miraban como un oscuro objeto de deseo para el negocio en desigualdad de condiciones -ahí está el ejemplo de los murcianos durante años con nuestros productos agrícolas-, cuando no desde el desdén que nace del desafecto, pero también desde la ignorancia.

Las Alpujarras
La propuesta inicial de la Diputación de Granada de presentar la candidatura de “sólo” su Alpujarra a la calificación de Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco es un ejemplo, tan cristalino como el agua de aquellas tierras, de ese desafecto, quizá inconsciente. Al final la alerta del PSOE y la capacidad persuasiva de Gabriel Amat recondujeron la situación y la Alpujarra será una ante la Unesco. No ha habido el misterio de la santísima dualidad: dos provincias distintas y una sola comarca verdadera. Lo que ha ocurrido es que la astucia se hizo carne y habitó en la cabeza política de Amat.

La Alpujarra es una comarca natural situada en la geografía granadinoalmeriense  con amplísimos espacios compartidos de historia, cultura, geografía y economía. La orografía hace a cada municipio distinto, pero su sociología los convierte en espacios con una identidad común. Si Cádiar y Laujar comparten el mismo sol y el mismo aire; si el calor del verano o el frío del invierno es el mismo; si las alegrías y las penas colectivas se cantan o se lloran con la misma cadencia, ¿por qué diferenciarlas?, ¿por qué enfatizar las características de uno y olvidar la del otro?, ¿qué ventajas pueden obtenerse de una división que sólo existe en los canales administrativos, pero no en las ríos por los que fluye la vida real?, ¿qué ganan, al cabo, los granadinos con este olvido premeditado? ¿No tendrían más fácil alcanzar su objetivo si van unidas las aspiraciones de Almería y Granada? La respuesta parece obvia. Una obviedad que nos une con la afirmación de que -como canta obstinadamente el tango- de Granada, Málaga o Murcia “no esperes nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor”.

Puede parecer rotundo, pero esa es la conclusión a que se llega después de transitar por el nulo interés que ha demostrado Málaga por la autovía del Mediterráneo con dirección a Almería, o por el desarrollo del turismo de nuestra costa, vista siempre (cuánta ceguera) más como una competidora que como un complemento; o recorrer la desgana (cuando no la oposición) con que Granada contempló la creación de nuestra Universidad, o la conexión de la A-92 desde Guadix hasta la capital.

La exclusión de Almería en la inicial propuesta alpujarreña es una esquina más de ese camino inacabado de ausencias. Nuestros vecinos nunca han tenido la sensibilidad de acercarse a nosotros con voluntad de cooperación; siempre ha habido un interés detrás. Por el contrario, la solicitud de apoyo de Almería para que el Corredor Mediterráneo pasara por la costa es la última petición a la que acudimos sin demora a pesar de que iba en contra de nuestros intereses.

Ante estos y otros agravios Almería ha respondido siempre con generosidad. Una generosidad que ha propiciado la bajada de miles de agricultores granadinos desde la pobreza de su agricultura tradicional a la prosperidad trabajada bajo el plástico almeriense; que nunca puso obstáculos a la llegada de centenares de profesionales murcianos o malagueños a nuestros campos, nuestros hospitales o nuestras escuelas. Almería ha llegado a ser lo que es porque es de todos porque no es de nadie. Porque aprendimos hace décadas que la mejor manera de atraer la capacidad de trabajo y el talento es fomentar el talante de que aquí nadie es un extraño.

Porque, a diferencia de muchos de nuestros vecinos, entendimos hace años que nuestra aldea no es el mundo, sino el mundo nuestra aldea. Las palabra son las mismas, pero el concepto es tan distinto y tan distante que, si lo pensaran, no caerían con tanta facilidad en el pecado de soberbia, el defecto de la insolidaridad o en la torpeza de creer que a la meta se llega antes solo que bien acompañado. Hay tipos que después de quinientos años de universidad todavía siguen sin aprender nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario