Benito Fernández
Diario Crítico
Es impepinable. Cada vez que Cataluña o el País Vasco abren el melón de la independencia, el resto de las dieciséis comunidades autómonas que conforman el Estado español, pasa a un segundo plano, se esconden tras las bambalinas y desaparecen del panorama político como por arte de magia. La actualidad manda y en todos los medios informativos no se habla de otra cosa que de las pretensiones catalanistas aunque el noventa por ciento de los ciudadanos esté hasta la coronilla de oír las pamplinas del Arturo Mas o del Iñigo Urkullu y se la traiga al fresco sus reivindicaciones soberanistas. El caso es que más de treinta millones de españoles asiste como espectador invitado, sin voz ni voto, a una pantomima en la que a lo sumo tres millones, es decir un diez por ciento del total de la población, cobra un protagonismo inusitado no sólo en los informativos del país sino en los de medio mundo dando la (pésima) impresión que aquí todos estamos a torta limpia como en el grabado de Goya. Aquí no cuenta nada lo que opinen los madrileños, los valencianos, los gallegos, los extremeños, los aragoneses, los castellanos o los andaluces que emigraron a Cataluña y trabajaron para levantar su economía. La única opinión que se repite hasta la saciedad en medios escritos, radios o televisiones es la del muy honorable presidente de la Generalidad y sus adláteres a quienes no le duelen prendas de utilizar como altavoz para sus supuestas pretensiones nacionalistas al Futbol Club Barcelona, al cava, al pan tumaca o a la mismísima butifarra.
En este laberinto autonómico en el que estamos metidos y cuyo futuro está aún por dilucidar, va siendo hora de algunas comunidades con suficiente peso específico dentro del Estado español pongan un cierto orden y sensatez sobre la mesa y que sus opiniones sean tenidas en cuenta a la hora de dilucidir el futuro al que nos dirigimos. Y Andalucía, la más extensa y poblada de todo el territorio nacional, debería tener algo que decir además de lo que piense su presiente Pepe Griñán sobre el tan traído y llevado federalismo cooperativo. Ocurre, sin embargo que una vez pasadas las elecciones autonómicas del 25-M y acallados los ecos mediáticos de la trama corrupta de los EREs fraudulentos, Andalucía ha ido perdiendo protagonismo en los informativos nacionales. Tanto es así que los periódicos nacionales más influyentes de la comunidad (ABC, El país, El Mundo o La Razón) han ido reduciendo sistemáticamente sus páginas de información regional y presciendiendo de sus mejores y más autorizadas firmas de opinión como si ya no le interesara a sus lectores. Lo mismo ha ocurrido con los informativos regionales de las radios y las televisiones donde se ha potenciado el carácter localista en detrimento del regionalista. Sintomático. Por más hilos publicitarios que mueva el presidente Griñán y el PSOE-A a favor de algún que otro medio, todos. Absolutamente todos, incluso los de "la cuerda", han optado finalmente por obviar la información política andaluza como si se tratara de un lastre que había que soltar cuanto antes. Todo lo contrario de lo que está ocurriendo en Cataluña o el País Vasco cuyos gobiernos autonómicos están potenciando no sólo sus televisiones públicas, sino todos aquellos medios de información que apuestan por defender las pretensiones nacionalistas de sus dirigente.
Ante esta tesitura cabría preguntarse si no sería necesario que la sociedad civil, la gran perjudicada ante los recortes y el cierre de algunos medios de comunicación, no debería movilizarse para exigir a los poderes públicos y a algunos empresarios que no ven más allá de su propio ombligo, que la pluralidad es un arma fundamental en la democracia. Quizás entre unos y otros, periodistas y ciudadanos, podríamos lograr que Andalucía volviese a contar en el concierto autonómico como contó hace treinta y dos años cuando catalanes y vascos pretendieron ser las únicas comunidades, junto a Galicia, regidas por el artículo 151 de la Constitución. A lo mejor haría falta que, otra vez, el pueblo andaluz se echase a la calle para volver a pedir el "café para todos" o, mejor aún, un reparto más equitativo del pastel autonómico que se lo quieren comer, de nuevo, catalanes y vascos. Aunque todo esto no es sino un sueño. Aquí y ahora la ciudadanía no se echa a la calle ni para reivindicar ese trabajo que tanta falta nos hace. No veo yo a los "Pili y Mili" (Méndez y Toxo) encabezando reinvindicaciones autonomistas.
En este laberinto autonómico en el que estamos metidos y cuyo futuro está aún por dilucidar, va siendo hora de algunas comunidades con suficiente peso específico dentro del Estado español pongan un cierto orden y sensatez sobre la mesa y que sus opiniones sean tenidas en cuenta a la hora de dilucidir el futuro al que nos dirigimos. Y Andalucía, la más extensa y poblada de todo el territorio nacional, debería tener algo que decir además de lo que piense su presiente Pepe Griñán sobre el tan traído y llevado federalismo cooperativo. Ocurre, sin embargo que una vez pasadas las elecciones autonómicas del 25-M y acallados los ecos mediáticos de la trama corrupta de los EREs fraudulentos, Andalucía ha ido perdiendo protagonismo en los informativos nacionales. Tanto es así que los periódicos nacionales más influyentes de la comunidad (ABC, El país, El Mundo o La Razón) han ido reduciendo sistemáticamente sus páginas de información regional y presciendiendo de sus mejores y más autorizadas firmas de opinión como si ya no le interesara a sus lectores. Lo mismo ha ocurrido con los informativos regionales de las radios y las televisiones donde se ha potenciado el carácter localista en detrimento del regionalista. Sintomático. Por más hilos publicitarios que mueva el presidente Griñán y el PSOE-A a favor de algún que otro medio, todos. Absolutamente todos, incluso los de "la cuerda", han optado finalmente por obviar la información política andaluza como si se tratara de un lastre que había que soltar cuanto antes. Todo lo contrario de lo que está ocurriendo en Cataluña o el País Vasco cuyos gobiernos autonómicos están potenciando no sólo sus televisiones públicas, sino todos aquellos medios de información que apuestan por defender las pretensiones nacionalistas de sus dirigente.
Ante esta tesitura cabría preguntarse si no sería necesario que la sociedad civil, la gran perjudicada ante los recortes y el cierre de algunos medios de comunicación, no debería movilizarse para exigir a los poderes públicos y a algunos empresarios que no ven más allá de su propio ombligo, que la pluralidad es un arma fundamental en la democracia. Quizás entre unos y otros, periodistas y ciudadanos, podríamos lograr que Andalucía volviese a contar en el concierto autonómico como contó hace treinta y dos años cuando catalanes y vascos pretendieron ser las únicas comunidades, junto a Galicia, regidas por el artículo 151 de la Constitución. A lo mejor haría falta que, otra vez, el pueblo andaluz se echase a la calle para volver a pedir el "café para todos" o, mejor aún, un reparto más equitativo del pastel autonómico que se lo quieren comer, de nuevo, catalanes y vascos. Aunque todo esto no es sino un sueño. Aquí y ahora la ciudadanía no se echa a la calle ni para reivindicar ese trabajo que tanta falta nos hace. No veo yo a los "Pili y Mili" (Méndez y Toxo) encabezando reinvindicaciones autonomistas.
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