Pepe Fernández
Periodista
El pasado martes, media hora antes de que cerrase el supermercado, haciendo cola junto a otros compradores de última hora, se encuentra una mujer cuya edad puede situarse entrada en los sesenta. Viste con dignidad, limpia y bien peinada ante su espejo. La tengo justo delante y observo el contenido de su canastilla: un brick de leche, dos bollos de pan, un paquete de lonchas de mortadela, una botella de aceite y dos manzanas. Le toca el turno y al darle la cajera el coste de su compra, la señora rebusca en su monedero y le entrega la cantidad solicitada, menos un euro y medio que le falta para poder llevarse aquellos productos, que seguramente serán su cena y próximo desayuno. Con cierta vergüenza me atrevo a intervenir y me ofrezco a pagar gustosamente el euro y medio que le falta; la señora accede, creo que compartiendo conmigo parte de mi vergüenza.
El pasado martes, media hora antes de que cerrase el supermercado, haciendo cola junto a otros compradores de última hora, se encuentra una mujer cuya edad puede situarse entrada en los sesenta. Viste con dignidad, limpia y bien peinada ante su espejo. La tengo justo delante y observo el contenido de su canastilla: un brick de leche, dos bollos de pan, un paquete de lonchas de mortadela, una botella de aceite y dos manzanas. Le toca el turno y al darle la cajera el coste de su compra, la señora rebusca en su monedero y le entrega la cantidad solicitada, menos un euro y medio que le falta para poder llevarse aquellos productos, que seguramente serán su cena y próximo desayuno. Con cierta vergüenza me atrevo a intervenir y me ofrezco a pagar gustosamente el euro y medio que le falta; la señora accede, creo que compartiendo conmigo parte de mi vergüenza.
Me esperó en la puerta para darme las gracias y, a su manera, dar explicaciones no solicitadas. Tiene a su marido enfermo, viven de su pensión, pero no les llega para sobrevivir. Antes tenía ayuda pública, pero eso se acabó porque parece ser que su marido no está lo suficientemente incapacitado en su movilidad.
-Y todo ha subido, no sé cómo vamos a poder seguir p´alante, mire usted, nunca pensé que volvería a vivir lo que viví en los años cuarenta...
La mujer, que dice que se llama Teresa, es una andaluza más, un número de la Seguridad Social perdido entre el 40 % de los andaluces que, según la Red Andaluza de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN-A), han entrado peligrosamente en el umbral de la pobreza. Estamos, no sé si se dan cuenta, hablando de casi la mitad de la población de andaluces. Y otro dato escalofriante conocido en el informe: el 36,3 % de los niños de esta comunidad autónoma están instalados en la pobreza o muy cerca de ella. Ahí tienen a los ciudadanos andaluces del futuro.
Contrasta esta noticia, que hoy copa las páginas de la prensa andaluza, con otras más destacadas como la celebración de la cumbre europea, donde el presidente del Gobierno va a pelear, en primera instancia, para que se cumplan los acuerdos de hace cuatro meses sobre el mil millonario rescate de la banca española. Gran contraste y gran paradoja leer ambas noticias juntas en las portadas de la mañana.
Pero al margen de las prioridades de peso internacional del Gobierno, están las del rellano de nuestra escalera, esos vecinos y vecinas que hasta hace pocos meses trabajaban y se comportaban como una familia de clase media, normal, incluso feliz. Hoy no pueden hacer frente a cualquier contingencia que se les presente, por leve que sea. Según el informe de EAPN-A un 47 % de los andaluces se hallarían en esta situación.
Dada la gravedad de las cifras, detrás de las cuales hay seres humanos, dramas de personas, parece llegado el momento de una gran movilización general en Andalucía. Sí, no es una exageración, la realidad de la calle avala sobradamente los datos conocidos hoy sobre la pobreza. Procede que el gobierno de la Junta lidere una operación, a gran escala y con carácter urgente y estrictamente institucional, que sirva para unir los esfuerzos de la sociedad y ayudar a los que más lo están necesitando, sobre todo ante la negra perspectiva de uno de los inviernos más tristes en muchas décadas.
Hay que movilizar a la sociedad, la gente tiene ganas de ayudar, desprenderse de muchas cosas que no utiliza, pero que no sabe como canalizar sus aportaciones. Las administraciones públicas, todas sin excepción, deben implicarse también en la dotación de recursos que puedan detraerse de gastos superfluos o fuera de mercado. Una sociedad si en alguna ocasión debe demostrar su madurez y su grado de civilización, esta que tenemos en ciernes es una ocasión única.
No salir hoy en socorro de nuestros semejantes sería una factura enorme que pagarán a muy alto precio las próximas generaciones de andaluces y andaluzas.
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