Mar Verdejo
Ingeniero-Paisajista
No me extrañaría si un día nuestros jóvenes nos mandaran a paseo. No paramos de bombardearlos con la etiqueta alarmista de “generación perdida”. Ya empiezan a tenerlo grabado en sus subconscientes. Algunos, cada vez más, se resisten a nuestras etiquetas y, como un vigoroso brote verde, se han hecho visibles los últimos días en las calles en contra de los recortes que la educación pública está sufriendo. 5.000 millones de euros desde 2010. Piden una educación pública más democrática y de calidad: el futuro les va en ello. Se juegan mucho en los próximos años. A cambio, mientras muestran un destello de esperanza y de luz a su futuro, las redes sociales comentaban a través de periodistas que las fuerzas públicas “amenazaban” en la Puerta Purchena con multas de 5.000 euros a los menores.
Y éste es el resumen del panorama al que se enfrentan: el desempleo juvenil ya ronda el 50 %. Tienen las peores becas europeas -cuando las tenían-. Según el informe PISA, la peor educación europea. Un 23 % son “ninis”, ni estudian ni trabajan, frente al 17 % de media europea. Y, además, se emancipan con más de 35 años (en Europa la media está en 20 años). Enrique Gil Calvo, en la conferencia magistral “¿Una generación perdida? La precaria autonomía de la juventud”, insiste en la idea de que nuestros jóvenes tienen que conseguir cuanto antes la autonomía personal de la que disfruta el resto de jóvenes europeos.
¿Y estas diferencias a qué se deben? En algunos países, como los nórdicos, el Estado es el que ayuda con becas, alquileres bajos, etc. En España, todo lo vamos eliminando. En las partidas para jóvenes ya ni recortamos: ayudas a alquileres, becas, medidas de protección ante el desempleo, empleo adecuado a la preparación, etc. Si los jóvenes están haciendo de colchón contra el paro, ¿por qué no dicen nada? ¿Por qué están tan moderados? Porque están protegidos por la familia. Mientras se desmonta el estado del bienestar, están pasivos, conformes. En ellos, todo se centra en conseguir una propiedad privada, en ser funcionario. Con la sobreprotección familiar les hacemos tener baja capacidad de iniciativas, aversión al riesgo, baja corresponsabilidad de género, como la educación de los hijos e hijas.
En el artículo de D. Reher “Familia y bienestar en horas bajas” se destaca que una prolongada dependencia de los jóvenes con respecto a sus familias contribuye poco a promover una cultura de responsabilidad individual y de autonomía personal tan importantes a la hora de enfrentarse a la vida. Y se pregunta: ¿Hasta qué punto podrán seguir las familias interviniendo en la vida de sus jóvenes cuando el desempleo empiece a afectar a padres ya de edad madura? Si desmontamos la sociedad del bienestar, ¿podremos seguir sobreprotegiéndolos? H. Clinton dijo sobre la crisis: “Nunca dejes de aprovechar la oportunidad que te da una crisis”.
Hay indicios de que nuestros jóvenes están reaccionando. Por ejemplo, con el 15-M mostraron una creatividad que nadie previó. Empiezan a salir al extranjero. Las ya también desaparecidas becas Erasmus han sido un estímulo para la autonomía de los jóvenes. Como dijo Ismael Fernández Luque, joven doctorando de mentalidad inquieta y comprometida: “Porque vamos a fundar otra generación ni-ni: ni nos conformamos, ni nos rendimos”. Más que nunca necesitan un proyecto de vida, y tendrán que apostar en los próximos años por conseguirlo.
Añadir, que los padres no sólo somos responsables de su crianza y formación, ejercer nuestra responsabilidad social y que hereden una casa común donde puedan vivir con dignidad, libertad y en paz, es algo que no podemos permitirnos el lujo de obviar.
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