Cristóbal García
Desalysol
Después de cuatro años participando en la maratón de cortometrajes empieza uno a saber más por viejo que por diablo. Empieza uno a descubrir donde esté su auténtica “grandeza”, y al igual que las maratones de 42 km ., no reside tanto en ganar, sino en terminarla.
Participantes en un edición de la Maratón 48x3 |
Seguro que cualquiera podréis recordar maratones épicas, con llegadas extenuantes, no del primero que cruzó la meta, no la del ganador de la medalla de oro, sino de aquel rezagado que llegó varias horas después, incluso cuando el estadio ya solo lo esperaba a él, y que nada más cruzar la meta cayó al suelo de rodillas, y seguramente en su pensamiento fatigado y extenuado resonaba una y otra vez “lo he conseguido, lo he conseguido…”. Porque su premio no era ganar: era terminar aquella carrera.
Pero una Maratón 48x3 va aun más allá por tratarse de un esfuerzo colectivo y no individual. Un esfuerzo en el que o corren todos los componentes del equipo o nadie logrará llegar a la meta. Los equipos pueden ser pequeños o grandes, da igual, sin el trabajo de absolutamente todos, desde el que se ha dedicado a hacer los bocadillos del catering hasta el director de fotografía, será casi imposible lograr el objetivo de ver vuestro trabajo en la pantalla del Auditorio Maestro Padilla.
Así que, ya que todos los equipos conocéis y habéis sufrido en vuestras carnes lo que son noches sin dormir, prisas, olvidos, nervios, tensiones, risas, anécdotas y tantas cosas que pasan durante una maratón, respetaos como rivales, pero sobre todo, respetaos como cineastas. ¿Os imagináis algo más emotivo y grandioso que cinco equipos llegando cogidos de la mano al final del camino? Sí, está claro que uno será el primero en cruzar “la meta”, pero que lo haga respetando a sus compañeros de carrera y sin soltarles la mano.
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