Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería
La organización agraria Coag evaluaba el martes en cuatro millones de euros semanales lo que pierden los agricultores almerienses por el incumplimiento sistemático de los cupos en la entrada de tomate marroquí en Europa. El sindicato hacía su proyección anual y, de continuar la burla marroquí (y, a la vez, la dejación europea en su control), las pérdidas podrían elevarse a los doscientos millones en toda la campaña. Las cifras y previsiones sindicales, de partido, de oposición o de gobierno siempre me producen recelo. Su inconsistencia ha llegado a un nivel tan alto que ya nadie es creíble. Desconozco si la cuantificación de Coag es exacta. Lo que tampoco conozco es que alguien -en este caso el gobierno central, que es que tiene capacidad para ello- la haya puesto en duda.
Estamos, una vez más, ante la interminable canción de todos los otoños: Marruecos incumple lo firmado y la UE mira para otro lado. El estribillo tiene la cadencia desengañada del bolero, pero es la historia de un desamor como no hay otro igual entre vecinos. Lo que cabe preguntarse ante una situación tan reiterada es qué ha hecho el sector almeriense para acabar con ella. La respuesta está en el viento en el que se pierde la protesta de la indignación y el humo que provoca la quema de alguna pancarta pintada con las banderas marroquíes y de la Unión: nada; al menos con efectividad real. Pero dentro de esta nada hay muchas razones. Una de ellas (y quizá de las más importantes) es la continuada ausencia de unidad en el sector.
La agricultura almeriense es poliédrica. Está compuesta de decenas de caras -tantas como áreas confluyen en ella- pero la permanente ausencia de voluntad de unión la sitúa desde hace decenios en el precipicio peligroso de descomponerse con la fragilidad del cristal. El último episodio de esta permanente atracción por el acantilado ha sido la decisión de Coexphal de abandonar la interprofesional Hortyfruta. Afortunadamente la decisión adoptada en Pulpí va a ser reconsiderada en otra asamblea general, pero la posición de partida, aunque previsiblemente será revocada, ya ha infligido un efecto de debilidad a todas luces irresponsable. Tan irresponsable como los abandonos anteriores de Coag y Asaja.
Tipos tan conocedores del sector como Jose María Andújar (CASI), Gabriel Barranco (La Unión), Antonio Góngora (FEMAGO), Juan Enrique Vargas (Costa de Almería) y Pascual Soler (Tomasol), mostraban en LA VOZ de hace unos días su oposición a que Coexphal abandonara Hortyfruta y aludían con valentía a los riesgos de condicionar el futuro al personalismo del presente.
La división es una estrategia condenada al fracaso. Más aún cuando el sector está inmerso en una batalla en la que los adversarios están unidos, son poderosos y tienen una gran capacidad de influencia. Podrá ser rentable para quienes han hecho de las organizaciones que lo componen -y lo dividen- un escenario táctico para defender sus intereses personales, pero su recorrido no irá, nunca, más allá de la satisfacción personal de quienes interesadamente la propician y del sistemático lamento colectivo de quienes sufren sus consecuencias. Ha costado mucho sentar al sector en una misma mesa de encuentro para que los protagonismos personales acaben poniendo el punto y final a una estrategia que apenas ha empezado su recorrido.
El cumplimiento de los cupos de exportación marroquíes es una de las metas que tiene que alcanzar la agricultura almeriense porque, de su consecución o no, depende, en parte, el volumen de sus beneficios.
Pero no es la única meta de la carrera. Y eso lo saben muy bien los agricultores. Tan bien como que no es con protagonismos estériles ni con divisiones egoístas con el que podrán alcanzarse los objetivos siempre planteados y nunca conseguidos.
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