Lorenzo Silva
Escritor
A Inma no se le van de la cabeza esas palabras: "Una bella persona". Es lo que su tía Amparo le dijo, hace unos días, cuando le presentó a David, la pareja con la que convive desde hace un mes y que en este momento ronca apaciblemente a su lado. Al oírla, sintió como una ratificación de los sentimientos que David le inspira: la tía Amparo siempre se las dio de psicóloga, de calar a la gente de un vistazo, e Inma había visto cómo acertaba más de una vez. Pero hace unas horas, leyendo el periódico, se ha vuelto a encontrar la expresión en un contexto muy diferente, que es el que en este justo instante le impide dormir.
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Lo mismo pensaron, contaba el diario, los familiares de la niña de 16 meses que apareció muerta anteayer, respecto del amigo de la madre al que ahora mismo tiene detenido la Guardia Civil y sobre el que pesa una acusación de secuestro y asesinato de la pequeña. "Nos tenía a todos camelados", reconocía uno de ellos. El detenido, a quien la madre de la niña había conocido en un chat de Internet, se presentó ante la familia, compuesta de gente humilde, como una especie de ángel benefactor. "Siempre tenía para cada uno de nosotros una palabra agradable, aquello que sabía que a cada cual le gustaba oír", recordaba otro familiar. No sólo le había ofrecido a la mujer que le había abierto la puerta de su casa y de su vida un brazo en el que apoyarse y un hombro en el que aliviarse de la soledad: también se había echado a la espalda la misión de contentar a todos los que la rodeaban. Lo malo es que nada de aquello era real: como se supo a raíz del secuestro y muerte de la niña, aquel ángel de la guarda tenía tras de sí un largo historial de estafas y violencia, comenzando por la que él mismo había sufrido en su infancia.
Y ahora que David duerme a su lado, Inma no puede evitar preguntarse qué es lo que sabe realmente de él. No puede dejar de pensar en el hecho de que tan pronto, apenas a la semana de estar chateando, se mostrara dispuesto a viajar desde Zaragoza hasta Granada, a mudarse a su casa y a ayudarla con sus dos hijos, de tres y seis años, de los que el padre jamás se preocupa, ni siquiera de pagar la pensión que le impuso el juez. De pronto le parece sospechosa la historia que le contó sobre cómo se gana la vida, y por qué le es indiferente vivir aquí o allá: es verdad que se pasa muchas horas al día ante el ordenador, pero jamás le ha observado, por no molestarle, y no sabe si realmente está haciendo esos trabajos de maquetador freelance de los que dice que saca sus ingresos o cualquier otra cosa. Y sobre todo, se estremece al pensar en su propio comportamiento, que hasta ahora le había parecido natural, un poco impulsivo quizá, pero legítimo en una mujer que, tras verse tan clamorosamente defraudada en su primera apuesta, merece una segunda oportunidad. Nunca se le pasó por la cabeza que David fuera otra cosa que lo que aparenta desde que lo conoció: un hombre dulce y respetuoso que el cielo le envía para resarcirla de su fracaso.
En la oscuridad de su dormitorio, escuchando los ronquidos del compañero que de repente no sabe quién es, ni si debe seguir confiando en él, Inma vuelve a sentir el miedo que ya conoce, el que la atenazó en todas las noches de los meses previos a la ruptura con el padre de sus hijos. ¿Y si resulta que ese hombre no es el aliado, el ángel, y que la bella persona, detrás de todas sus atenciones y zalamerías, oculta al más inmundo de los sapos, al peligro del que debió saber proteger a los suyos y al que, en cambio, se entregó como una perfecta incauta?
Inma cierra los ojos. No puede permitirse el error. No a estas alturas, con él ya dentro de su casa y de su cama. Como una niña chica, aprieta los párpados deseando que pase este mal sueño. Y que mañana, cuando despierte, el ángel siga allí.
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