Kayros
Periodista
En el chiste de El
País de anteayer, Forges dibujaba a tres auditores, el interno, el externo y el mediopensionista, o sea, el que iba vestido de azul, el de rojo y el totalmente
gris. Los tres tenían delante una pizarra donde figuraban las mismas sumas
finales: 2 + 2 son 5. Interpreto que el autor del chiste venía a querer decir que
contra la corrupción política es muy poco lo que se puede hacer, toda vez que
son los mismos partidos los que la protegen o al menos la envuelven en una
nebuloso a la que llaman presunción de inocencia si bien cuando salta algún
escándalo los dirigentes se visten de saco y ceniza.
Corrupción ha habido
siempre porque va en la naturaleza humana. Ahora bien, servirse del poder como
microclima adecuado para los negocios es propiamente lo que llamamos corrupción
politica. Oí a los portavoces del PP defender, con exquitez de militantes bien
retribuidos, la moralidad de su grupo. Primero actuó Rafael Hernando. Luego lo
hizo Montoro.
Todos son honrados,
los de aquí y los de allá, los del PP y los del PSOE, pero los presuntos
Bárcenas no cesan de brotar como tumores malignos. La ley de partidos es
mera redundancia. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Ni siquiera
viviendo de nuestros recursos públicos necesitan a alguien de fuera que los
vigile. Poder ilimitado de las cúpulas, según dicen ahora los
entendidos.
Del caso individual del pufo al amparo del amiguete político, hemos
pasado a la corrupción generalizada. La ciudadanía defraudada y distante
no debiera parar hasta conseguir una nueva ley de partidos porque sólo
con aludir a la transparencia la regeneración nunca llega y menos si se hace
herméticamente desde dentro.
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