Joaquín Jiménez
Portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Almería
Un Plan General de Ordenación Urbanística es un
documento complejo que recoge las previsiones de desarrollo de un territorio en
el tiempo y en el espacio, pero como toda ejecución humana lleva la marca de
quien lo diseñó, quien, en definitiva, dio las directrices para su redacción.
Cuando en 1979 Santiago Martínez Cabrejas se hizo cargo de la ciudad, como su
primer alcalde democrático, lo primero que pensó al contemplar esa Almería que
se desperezaba después de 40 años de dictadura franquista sin apenas nada, con
carencias tan básicas como el suministro de agua y el alcantarillado, fue
atender de forma urgente las necesidades de sus habitantes. El testigo de su
gestión fue recogido por otro alcalde socialista, Fernando Martínez, quien
ejecutó las grandes infraestructuras que permitieron a la ciudad abrir sus
costuras y expandirse hacia la Avenida del Mediterráneo, mejorar y embellecer el
centro con la urbanización de la Rambla, asomarse al mar por el Paseo Marítimo o
ganar en capitalidad con la creación del Campus Universitario.
Cuando
Fernando Martínez dejó la alcaldía entregó a su sucesor, Juan Megino, y después
el actual alcalde de Almería, un tesoro: 300 millones de euros procedentes de la
venta de unos terrenos municipales que había en el Toyo, con la condición de que
los invirtiera en la mejora del Casco Histórico y otras zonas degradadas de la
ciudad. El primer gobierno municipal de Luis Rogelio Rodríguez-Comendador
encargó la redacción del Plan de Ordenación Urbanística a una consultora
privada, que desde 2005 hasta hoy ha cobrado 2,5 millones de euros.
Seis
años después de su encargo nos presentan un plan sin alma, corazón, ni vida, una
oportunidad perdida para diseñar una ciudad que vaya más allá de tapar
medianerías, de legitimar la política de eliminación de equipamientos públicos
del centro o de recalificar media docena de suelos.
Pero nosotros
necesitábamos un plan que atendiera la dispersión de la población desde La
Chanca hasta Cabo de Gata y que se adelantara a las demandas de equipamientos de
cada barrio y núcleo de población, un plan que utilizara los nuevos centros
comerciales para consolidar la ciudad no para expulsar a la población fuera de
Almería.
Si Fernando Martínez logró arrastrar a miles de familias a las
nuevas zonas residenciales creadas en el entorno del Alcampo, los que se
proyectan en este PGOU, en El Chumico y Torrecárdenas, lejos de hacer ciudad,
invitan a salir de ella. Almería necesita vida, y para conseguirlo este plan
tendría que haber incluido una gran biblioteca municipal en el antiguo edificio
de Correos, niños jugando a la entrada y salida de los colegios, calles
peatonales, bicicletas circulando por carriles bici y un servicio de autobuses
que disuadiera de la utilización del coche.
También podríamos
beneficiarnos de la actividad comercial de El Corte Inglés en el centro,
haciéndolo compatible con el mantenimiento del colegio y permutando las
viviendas proyectadas en La Salle en otros lugares de la ciudad. Se debería
transformar el antiguo sanatorio de la Virgen del Mar y el edificio de Las
Adoratrices en residencias universitarias para que los jóvenes hicieran suyo el
centro, así como abrir un nuevo acceso por la calle Pósito hacia la Plaza Marín
para inocular vida al Casco Histórico. En lo que respecta a la actividad
económica, tampoco se aprecia una estrategia de creación de suelos productivos
para resolver los problemas que origina a la población la dispersión de naves en
Cortijo Grande, Sierra Alhamilla o La Mezquita, donde camiones y residentes
conviven en dura competencia. Debería crearse un polo de actividad económica
entre El Alquián y el PITA que satisficiera, además, la demanda de la industria
auxiliar agrícola, utilizando el tirón de empresas y cooperativas tan
importantes como Casi, Agrupalmería o Vegacañada.
También se echa en
falta una reserva de suelo para la futura estación depuradora de aguas
residuales alejada del Bobar, así como para un cementerio moderno, que no quede
enfrente del nuevo centro comercial proyectado en El Chumico. Y el Toblerone
debería contar ya con un proyecto de reparcelación que garantizara la generación
de las plusvalías necesarias para que, en un futuro, se pueda ejecutar la
conexión ferroviaria con el puerto.
Esperábamos mucho más de este Plan
General de Ordenación Urbana, pues lejos de la anécdota de crear una Ciudad de
los Niños con boleto de entrada, necesitamos una ciudad con niños, jóvenes y
mayores, construida no sólo con ladrillos, sino también con las aspiraciones de
las personas.
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