Javier Menezo
Letrado del INEM
Nadie puede sospechar cuántas idioteces políticas se han evitado gracias a la falta de dinero, dijo el político francés Talleyrand, aunque en España nos podemos hacer una idea viendo el reciente pasado. Quizás la falta de dinero sirva ahora para refinar ese aluvión de propuestas y promesas que surgen con cada nuevo récord del paro. Bien es verdad, que la mayoría vuelven al cajón hasta la publicación de los datos del mes siguiente. ¿Se acuerda alguien cuando íbamos a implantar el modelo austriaco, aquel que iba a ser el remedio definitivo de nuestro mercado laboral, y que contentaría a todos? Efectivamente, era una idiotez y cara, pero la cifra de los seis millones hace que, con fuerza, surjan más ideas.
Los niveles de paro que se están alcanzado son graves y algunos datos realmente dolorosos. Un ejemplo, que es extrapolable al resto del país, lo tenemos en Almería. En 2012, cuando llegamos al récord histórico de parados, el gasto en prestaciones por desempleo fue de 494,4 millones, 63 menos que en 2010 cuando había un 15% menos de paro. Hoy cobran el 61% de los desempleados y entonces lo hacían el 92%.
La razón está en la suma del desempleo de larga duración, que provoca que a muchos parados se les vayan agotando las prestaciones, y la reforma de julio que se lo ha puesto más difícil, casualmente, a esos parados de larga duración. Pero estos datos obligan a analizar lo que ocurre con seriedad, no limitarse a explicarlo todo, bueno o malo, por la reforma laboral y no caer en la tentación de gastar el ahorro en prestaciones en subvenciones de eficacia dudosa. La situación como demuestran las cifras anteriores es sangrante, el paro de larga duración aumenta con su secuela de pérdida de ingresos y de habilidades dificultando una rápida reincorporación al mercado de trabajo cuando vuelva el empleo.
Por eso y vistas las amargas experiencias que hemos tenido habría que evitar prisas por crear empleos que duren lo que el plan de sonoro nombre que los alumbra. Y, en lugar de añadir más tipos de contratos, que al final no se usan por desconocimiento y dificultad, dotar a un tejido empresarial caracterizado en un 95% por la microempresa, de contratos sencillos. Cuanto más fácil sean de hacer más se usarán y habrá menos posibilidades de abusos. Un ejemplo a evitar es el contrato de aprendizaje, modificado en la reforma laboral, completado en noviembre, modificado en enero. Y si todo ello se hiciera con acuerdo de los agentes sociales mejor, porque si algo necesitamos son normas fiables y que sepamos que perdurarán en el tiempo.
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