Kayros
Periodista
Cuando nuestro alcalde se promocionaba para la duplicidad institucional de
ser también senador dijo que Almería necesitaba embajadores en Madrid para
resolver sus grandes infraestructuras. Durante el franquismo, ésta fue la forma
de solventar la insuperable verticalidad del poder frente a una ciudadanía que
no podía ni quejarse. En democracia el estilo es otro. Aquí podemos gritar y
gritar, reunirnos mil veces, viajar a la capital de España, ponerse de acuerdo
los partidos y hasta conjurarnos para que venga pronto el soterramiento y su
conexión con el puerto. No basta, paisanos. Pasarán cien años y al final los
responsables te dirán: “oiga, pero ¿adónde va usted? ¿No sabe que el
soterramiento es un vodevil? No hay nada de eso, alma de Dios; se lo digo yo que
estoy en la pomada”.
Entonces es cuando uno se alegra de tener un representante
en Madrid. Piensa que nuestro alcalde-senador se encadenará a la Cibeles
amenazando con huelga de hambre y no salir de allí hasta que Fomento no cumpla
lo prometido.
Pero, amigo, en el PP no recurren demasiado a la fuerza persuasiva
de las masas. Creen en la cúpula como en la Esfinge. Y si el jefe ha dicho que
no hay un euro para Almería pues allá que viene toda la tropa farandulera a
convencernos de que el soterramiento debe esperar. Claro que ni siquiera ellos
mismos se ponen de acuerdo sobre el mensaje. Unos dicen que fue mayormente una
invención. Otros que podrían esperar unos veinte años. Y otros, algo más
diplomáticos, sostienen que habrá soterramiento en cuanto nos pongamos ricos.
Con la de golpes que a lo largo de la historia llevamos en el alma los
almerienses, no escarmentamos, oiga. Nos pueden caer bombas atómicas. Somos de la
estirpe de los almendros. ¡Ay, qué buen vasallo, si hubiera buen señor!
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