David Uclés
Director del Instituto de Estudios de Fundación Cajamar
Es curioso cómo funciona la mente humana. Estaba en casa repasando
una presentación que haremos con relación al proyecto CAMP del Levante de
Almería, jugando con la idea de los territorios inteligentes y la necesidad de
desarrollar un modelo de ese tipo en el área CAMP y, por extensión, en el resto
de la provincia. Estaba en eso cuando he caído en la cuenta de algo que,
evidentemente, sabía pero que no se me había ocurrido verbalizar antes.
Desde el siglo XI, todos los procesos de desarrollo
económico que ha vivido la provincia han tenido un par de factores en común:
uno, han estado relacionados con la exportación (esto sí que lo había
verbalizado), y, dos, se han basado en la explotación de nuestros recursos
naturales. Por supuesto, esto resulta evidente con la minería metálica y del
mármol, algo menos con la agricultura (uva, naranja y hortalizas) que explota
tierra y clima y con el turismo, que usa territorio y clima. Y si lo piensan,
nuestra burbuja inmobiliaria ha estado usando de forma intensiva el territorio
(para construir y para obtener los materiales de construcción) y el clima (como
elemento movilizador de la demanda).
En ningún momento hemos desarrollado un crecimiento
basado en el conocimiento. Hasta cierto punto es normal. No es que los
almerienses seamos más tontos que otros, es que el desarrollo de este tipo de
economías precisa el aprovechamiento de economías de situación y aglomeración
que, por desgracia, en nuestro caso no se dan. Y tampoco hemos desarrollado una
masa crítica mínima que permita arrancar el proceso, ni siquiera en cuestiones
tan importantes para nosotros como la agricultura. Así que hemos dedicado
nuestro capital humano a vender el natural a trozos, algunos más sostenibles que
otros.
Lo curioso es que, aunque hasta 2009 parecía que
nuestro modelo nos había permitido obtener unos niveles de renta y empleo muy
saludables, la tormenta se estaba cociendo a la vuelta de la esquina. Y, de
hecho, si medimos la eficiencia de nuestro consumo territorial (aumento del
suelo urbano, industrial y para infraestructuras), nos daremos cuenta de que en
la última década hemos sido más ineficientes que la media andaluza: Almería
necesitó incrementar la ocupación territorial un 2,3% por cada incremento de un
1% de la renta declarada, frente al 1,6% andaluz. Vamos, que hemos “derrochado”
más territorio que nuestro entorno.
Desde el punto de vista del capital humano, el
proceso de expansión económica no nos ha permitido acelerar el ritmo de
acumulación del mismo. Los sectores protagonistas de dicho proceso han consumido
mucho trabajo, pero en su mayoría de escasa capacitación y formación, lo que
deviene actualmente en una baja empleabilidad y escasa movilidad durante la
crisis.
Ya digo que, en parte, no se trata de que hayamos
sido especialmente tontos, la prueba es que algo muy similar le ha pasado al
conjunto de España, pero no deja de joderme, como almeriense y como economista,
que hayamos dejado pasar esta oportunidad por nuestro lado, sin haberla
aprovechado debidamente.
Por otro lado, hay un rayo de esperanza. La
Universidad de Almería, con todas las pegas que se le quieran poner, ha estado
contribuyendo a incrementar la capacitación de nuestros jóvenes. Muchos de ellos
tendrán que poner en práctica esos conocimientos fuera de la provincia,
desgraciadamente. Pero espero que cuando vuelvan (volverán, las crisis terminan
tarde o temprano), lo hagan con aún mayor capacidad y conocimiento, y con la
idea de poner esas nuevas capacidades en valor desde su tierra, y no con la de
obtener el valor a costa de degradar su tierra.
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