Juan Carlos Blanco
Director de El Correo de Andalucía
Lo
confieso: yo también me emocioné con el discurso que pronunció el
jueves en el Teatro de la
Maestranza el actor malagueño Antonio Banderas. Fui al
acto con la precaución propia de quien está saturado de discursos
grandilocuentes con los que cuesta identificarse en estos tiempos de
desafección de la política. Y terminé aplaudiendo de pie ese canto
cómplice a la figura de García Caparrós que derivó en una exaltación de la
libertad y de Andalucía. Mis respetos desde aquí al hombre que murió en Málaga
el 4 de diciembre de 1977 y mis respetos al cineasta que ha paseado sin
complejos el nombre de nuestra tierra por todo el mundo. Pero ya está. Los
discursos conmueven e invitan a la reflexión, a la rebeldía contra el fatalismo
y a todo lo que ustedes quieran, pero la realidad es la que es y no
se cambia por mucho que uno se identifique con las palabras de alguien a quien
admira sin matices.
El
jueves, antes de entrar en el Teatro de la Maestranza , el
paro en Andalucía alcanzaba el 35%. Un par de horas después y con los ánimos
encendidos en un día de reivindicaciones legítimas, el desempleo seguía
igual. Hacen falta algo más que unas palabras antológicas y estremecedoras para
cambiar el paisaje de devastación en el que anda sumida nuestra tierra. Un
discurso puede atizar el ánimo de muchos y alimentar un espíritu de rebeldía
que huya de tanta complacencia, pero nos hace falta muchísimo más.
La
encuesta que publicábamos el jueves lo corrobora. Se confirman tres síntomas
políticos claros para quien lo quiera ver: 1) el PSOE aguanta mal que
bien en Andalucía y se beneficia del batacazo cósmico que se está dando el PP
andaluz; 2) IU y UPyD son los partidos que están recogiendo el
beneficio de la desconfianza hacia los partidos mayoritarios y 3) más allá de
las oscilaciones electorales, los andaluces están en líneas generales cabreadísimos con
todos los políticos y apenas hacen distingos entre unos y otros.
Todo
esto no puede ser ninguna novedad. Los andaluces no somos finlandeses. Somos
españoles. Y encima no pensamos como muchos catalanes o vascos, que queremos
distinguirnos de los demás mañana, tarde y noche. Somos un calco de los demás.
Y nuestras encuestas y barómetros, también. Aquí, como en Madrid, en Cuenca, en
Galicia o en Valencia, la crisis está destrozando nuestro modelo social y
la corrupción está pulverizando la confianza en quienes nos representan en el
escenario democrático. Y eso se refleja cada vez que se mete el termómetro en
el cuerpo social del país. Triunfa la enmienda a la totalidad, el trazo grueso
y el griterío de quien prefiere pensar que todos son unos chorizos que han
llegado a la política para llevárselo mientras el país se arruina por la
incompetencia de sus gestores.
¿Y
en Andalucía, qué? Pues no nos equivoquemos: con algún que otro matiz, pero se
piensa algo parecido. Y lo entiendo. No lo comparto, pero lo entiendo. Cuando
hay 1,4 millones de parados, medio millón de familias con todos sus miembros en
el desempleo y más de cien mil hogares sin ningún tipo de ingresos, ya me dirán
ustedes si está el ambiente como para ser optimistas o para decir que
Andalucía es distinta a las demás. La angustia lo oprime todo y la idea de que
estamos en un atasco terrorífico cunde. ¿De verdad que alguien se pensaba que
con este panorama iban a salir el jueves a la calle millones de andaluces a
protestar por la situación detrás de unas pancartas? Seamos sinceros, con la
depresión de caballo que tiene esta tierra, lo único que crece es el
desapego. Y eso incluye a todos, incluidos los partidos políticos, las
organizaciones empresariales, sindicales y sociales y, por supuesto, los medios
de comunicación, que vamos de almas impolutas por encima del bien y del mal
cuando en realidad estamos viviendo una crisis agónica, de modelo y también de
representatividad, que nos conduce al peor escenario.
Comprendo
la incredulidad que desprende la idea del Pacto por Andalucía, pero creo
firmemente que José Antonio Griñán hace muy bien en intentar este acuerdo y en
impulsar la idea de que es necesario ese gran pacto para afrontar los
desafíos colosales a los que se enfrenta la comunidad. Hay quien dice que
lo que se pretende es montar un frente anti-Rajoy. Pues no. Y si fuera así, mal
vamos. La Junta
está en su legítimo derecho de confrontar con unas ideas, las del Gobierno
central, que no comparte ni en el fondo ni en las formas. Pero Griñán sabe que
lo prioritario a día de hoy es recuperar la confianza en nuestra clase política
y, a partir de ahí, establecer una hoja de ruta clara y definida sobre de qué
vamos a vivir los andaluces a la que se sume el mayor número de fuerzas
posible. En los próximos meses se van a jugar muchas cosas en el escenario político
español y Andalucía debe tener ahí un papel decisivo en el que harán falta
muchas más cosas que un discurso, por muy emocionante y desgarrador que sea.
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