España, 2013: hambre en Andalucía


Carlos Sánchez
Director Adjunto de El Confidencial

La geografía del hambre es dispersa. Pero no tiene nada que ver con el capricho de los dioses. Ni, por supuesto, con un cierto determinismo histórico. Tampoco con condicionantes geográficos, naturales o culturales. El hambre -o la ausencia de un mínimo nivel de bienestar general- hay que vincularlo, fundamentalmente, con el entramado institucional de un territorio. En última instancia con la democracia. Las sociedades mejor organizadas son, de hecho, las que han alcanzado mayores niveles de prosperidad material. Eso explica, por ejemplo, y como ha evidenciado el economista Carlos Sebastián*, que en 1960, en plena descolonización, el África subsahariana tuviera un nivel de PIB per cápita superior al de muchas zonas del Extremo Oriente o de Asia central.

Racionamiento
Sin duda que el precipitado y caótico proceso descolonizador tuvo mucho que ver con el súbito empobrecimiento de la región. Cuando las potencias europeas ocupantes abandonaron África, no se preocuparon de dejar a la población africana ni capital humano ni equipamiento en infraestructuras, lo que determinó su futuro inmediato. Hoy, como se sabe, África subsahariana es la región más pobre del planeta.

No hay que irse tan lejos para encontrar un proceso de empobrecimiento similar. Desde luego no con la misma intensidad y desgarro humano, pero sí, igualmente, significativo que pone de relieve la importancia de la calidad de las instituciones.

Aunque cueste creerlo, y como han demostrado diferentes estudios, Andalucía era la región más rica de España en 1800, tanto en relación al peso de su PIB respecto del conjunto del país (el 25,7%) como por su riqueza per cápita. De hecho, y como han sugerido algunos historiadores, Andalucía lo tenía todo para ser la cuna de la revolución industrial en España. Nunca lo fue.

Como sostiene el historiador Jiménez Blanco**, el desinterés de su clase dirigente por todo lo que no fuera conservar su patrimonio territorial, llevó a la frustración y a la decadencia, y eso explica que al comienzo de la Transición política Andalucía representara ya tan sólo el 12,5% del PIB de España, la mitad que dos siglos antes. Algún tiempo antes, intelectuales como Alfonso Carlos Comín, Alfonso Grosso y Armando López Salinas habían escrito libros seminales como Noticia de Andalucía o Por el Río Abajo, en los que se denunciaban las condiciones de vida de la región.

Razones políticas y económicas
El libro de Comín y otros muchos publicados durante la Transición pueden justificar en parte que Andalucía ocupara el centro del debate nacional. No sólo por razones políticas (el referéndum del 28-F o el hecho de que los máximos dirigentes del PSOE fueran sevillanos), sino también económicas. La región más pobre del país se enfrentaba a su futuro en una España democrática. Lo mejor estaba por llegar.

Y lo cierto es que en la región se han invertido decenas de miles de millones de euros en los últimos años. Precisamente, para vencer el subdesarrollo y darle la vuelta a la situación. Unas veces con ahorro interno y otras con fondos procedentes de la Unión Europea destinados a mejorar la renta de los territorios más desfavorecidos. Era, sin duda, una cuestión de justicia histórica recuperar el tiempo perdido en la región más poblada del país.

Tres décadas después, el resultado no puede ser más estremecedor. Andalucía representa hoy el 13,4% del PIB nacional, apenas un punto más que hace 30 años, pese a que la región ha consumido buena parte de los recursos públicos. Y aunque es verdad que sus niveles de bienestar material han crecido de forma significativa, lo cierto es que hoy su nivel de  prosperidad no ha supuesto ningún avance respecto del que se ha producido en otras regiones del país pese a que los recursos con los que ha contado han sido muy superiores. O dicho en otros términos, no ha habido ninguna mejora relativa. Andalucía, junto a Extremadura, continúa siendo el territorio con menor renta per cápita del país: 16.960 euros. O lo que es lo mismo, un 25% menos que la media de España.

Este fracaso colectivo de la región, con un Gobierno monocolor desde que Andalucía logró la autonomía, es lo que justifica un decreto de próxima aparición promovido por la Junta que golpea la conciencia de cualquier bien nacido. No por lo que encierra, sino por lo que delata. Las familias andaluzas podrán acogerse a una norma que garantiza que los niños pobres puedan recibir tres comidas al día.

La frustración de un pueblo
Ocurre en España y ocurre en 2013, lo cual demuestra el fracaso de una región gobernada durante décadas por una casta -nunca mejor empleada esta expresión- que ha convertido la política en un gigantesco teatro de la demagogia y del oportunismo. Lo curioso del caso es que se presenta la medida como un gesto progresista de solidaridad, cuando en realidad lo que deja entrever es la frustración de un pueblo condenado a la beneficencia pública. Precisamente, por la ausencia de políticas generadoras de puestos de trabajo y de riqueza. La cultura de la subvención y del clientelismo como supremo instrumento de acción política. La región que más necesita la inversión extranjera para aligerar su ingente carga de pisos vacíos es, paradójicamente, la que pone más barreras de entrada.

Un auténtico fracaso colectivo que parece desconocer que la pobreza no es sólo un fenómeno de carácter económico vinculado a la falta de comodidades y al sufrimiento. La pobreza es también una condición social y psicológica que convierte a los ciudadanos en súbditos. Aunque no sólo eso. Como han puesto de manifiesto innumerables estudios, el trabajo es el principal elemento de integración social. La posición de cada uno en la sociedad viene dada por lo que es, no por lo que no es. Y cuando no solamente se está parado sino que, además, hay que recurrir a la beneficencia pública, es que la fractura social existe. La democracia es una estafa.

Los programas burocráticos de asistencia a los desfavorecidos, como sostenía Anthony Giddens, el padre de la Tercera Vía, pueden contribuir a aliviar la situación de penuria, pero también pueden reforzarla. Las personas pasan a depender de sistemas de asistencia que les resultan ajenos y sobre los que ejercen escaso control democrático. El subsidio estructural aleja a quien lo recibe de la cosa pública, toda vez que percibe su propia subsistencia como ajena a los estándares de vida cotidiana. La pobreza es individual, el trabajo socializa.

La caridad no es un derecho subjetivo vinculado a una contribución inicial -como es el seguro de desempleo- sino que despoja de su esencia al ciudadano. En feliz expresión del sociólogo Ulrick Beck, el pobre, transita por una zona gris del ir y venir que lo deja a merced de los gobernantes.

Andalucía se ha metido en una especie de espiral destructiva de la que es incapaz de salir. Y el hecho de que seis de cada cien niños se encuentren en riesgo de exclusión social, es decir, de pobreza extrema, como ha admitido la consejera Susana Díaz, no es más que el reconocimiento del fracaso de un partido que lleva tres décadas gobernando, y que ha hecho de la caridad, de la beneficencia, su razón de ser.

Carlos Sebastián. Subdesarrollo y esperanza en África. Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores. 
** José Ignacio Jiménez Blanco. Las raíces agrarias del crecimiento económico andaluz y el grupo Larios. Asociación Española de Historia Económica.
(Artículo original: http://blogs.elconfidencial.com/espana/mientras-tanto/2013/04/21/espana-2013-hambre-en-andalucia-11152)

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